domingo, 24 noviembre 2024
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«El arma secreta de Hitler»

LA PRENSA.- «Los aficionados se centran en la táctica; los profesionales, de la logística», decía el famoso Robert H. Barrow, general de los Marines de Estados Unidos. Y es una de esas verdades que suelen pasar desapercibidas. Por ejemplo, nos hemos hartado de ver y de escuchar lo que ocurrió el 6 de junio de 1944, el desembarco de Normandía. Ese día 160.00 tropas aliadas irrumpieron en las costas de Francia.

Un prodigio de la táctica, de la estrategia y de la historia bélica internacional. Pero, ¿qué comieron esas 160.000 bocas? ¿Cómo alimentar los habitantes de una ciudad mediana en medio de una de las batallas más inmensas de la Historia? La historia de la comida en la Segunda Guerra Mundial es pura ciencia y tecnología, pero hoy nos vamos a fijar en un pequeño detalle y una herramienta fundamental: en una barra de chocolate.

La barra de Logan

La Segunda Guerra Mundial (como supongo que pasa con todas las guerras) empezó a ganarse muchos años antes de que Hitler apretara aquel gatillo en un búnker de Berlín. Y uno de esos sitios fue una reunión en 1937 entre el coronel Paul Logan del ejército norteamericano, William Murrie, el presidente de la fábrica de chocolate Hershey’s y Sam Hinkle, el jefe químico de la empresa.

Logan estaba diseñando las raciones de comida que el ejército usaría como base de la alimentación de los soldados cuando estuvieran lejos de las líneas logísticas. La tarea parecía sencilla, pero no lo era. Reflexionando sobre el asunto, se dio cuenta de que necesitaba algo capaz de aportar una gran cantidad de energía y que fuera sencillo de consumir. Necesitaba una chocolatina.

La chocolatina no podía estar demasiado buena, se la comerían antes de tiempo

Pero no cualquier chocolatina. La barra tenía que tener cuatro requisitos: debía pesar 112 gramos (4 onzas) y caber en el bolsillo; debía tener un contenido energético muy alto; debía resistir altas temperaturas; y, por último, aunque fundamental, debía saber «solo un poco mejor que una patata cocida».

¿Una patata cocida? Exacto. Parece una tontería, pero era algo fundamental. Logan temía que, si la barra de chocolate estaba demasiado buena, los soldados acabaran comiéndosela antes de tiempo. Error.

Comer chocolate en el infierno

Entrar en una tienda de chucherías y pedir algo que estuviera realmente malo. ¡Están locos estos americanos! Pero ante la expectativa de un contrato millonario, los técnicos de Hershey’s se pusieron manos a la obra para producir esa barra.

Los ingredientes que usaron (azúcar, harina de avena, grasa de cacao, leche en polvo y sabores artificiales) no eran los tradicionales, pero lo más llamativo es que, para producir barras que resistieran bien la temperatura, necesitaron reinventar todo lo que sabían sobre producir chocolate.

Cada barra de cuatro onzas debía ser amasada, pesada y prensada en un molde. Un proceso manual que daba como resultado una densa tableta de chocolate marrón difícil de deshacer. Eso sí, la barra de Logan, como empezó a llamarse, aguantaba sin problema hasta los 50 grados sin derretirse.

Y cumplieron con el encargo a la perfección: la chocolatina era horrorosa

En junio del 37 el ejército norteamericano encargó 90.000 barras de chocolate para probarlas en las bases de Filipinas, Panamá y Texas. Ahí los soldados se dieron cuenta de que la gente de Hershey’s había sido especialmente escrupulosa con una de las peticiones, con la cuarta.

La barra de chocolate de Logan estaba mala. Pero mala, mala: horrorosa. Tan mala que, en muchas ocasiones, los soldados ni siquiera se la comían. Preferían pasar hambre que llevarse eso a la boca. Tanto es así que durante la Segunda Guerra Mundial se la conocía como «el arma secreta de Hitler».

La barra Tropical

En 1943, el clamor era tal que, aprovechando las mejoras que estaban introduciendo en las tabletas de chocolate para protegerlas de las armas químicas, el ejército pidió a Hershey’s que hicieran algo comestible. Eso sí, sin perder resistencia al calor.

Las tropas norteamericanas estaban luchando en el sudeste asiático y el chocolate tradicional no servía para esas temperaturas. En la chocolatera se pusieron manos a la obra y diseñaron la «barra tropical». No surtió efecto.

Hay numerosos testimonios de guerra que constatan que la gente huía del chocolate norteamericano como de la peste. Hasta que llegó la disentería. Sobre todo en la India y en Indochina, los soldados norteamericanos empezaron a sufrir unos brotes gigantescos de disentería.

Esta es una enfermedad inflamatoria del intestino que provoca abundantes diarreas con mocos y sangre en las heces. En aquella época aún no había vacuna (fue descubierta por un español, Juan Planelles Ripoll, un poco después en la URSS) así que la enfermedad hacía estragos.

Los enfermos no admitían comer nada y en muchos casos eso les acababa provocando la muerte. Bueno, nada no. Los médicos estadounidenses descubrieron que había un producto alimenticio que sí podían comer sin problemas: las tabletas de chocolate.

En esos casos, el chocolate marcó la diferencia y contribuyó, en la medida de sus posibilidades, a ganar la Guerra en Asia. Tras de eso tuvo que pasar otra década hasta que el ejército se decidiera a encargar un chocolate apetecible. Pero eso, claro, es otra (dulce) historia.

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