La situación es sumamente crítica. El espacio no es ni la sombra de lo que en aquellas épocas era el lugar predilecto para realizar torneos y festivales deportivos que daban vida a la comunidad y llenaban de alegría a sus residentes.
Las personas relatan que si bien el campo tiene añ;os sin recibir un «cariñ;ito», fue alrededor de 2010 cuando el mismo se vino abajo y paulatinamente fue desapareciendo frente a los ojos de todos.
Los vecinos que viven en los alrededores exponen que algunos «amigos de lo ajeno» comenzaron a desvalijar poco a poco los diferentes materiales que daban forma a la estructura. En varios casos, fueron tomados para hacer techos, construir paredes de ranchos o simplemente venderlos y obtener algo de dinero extra.
La cerca fue arrancada en su totalidad, junto a ella los tubos que la sostenían. Hoy día sólo quedan pequeñ;os trozos pegados al suelo que hacen ver que en algún momento hubo algo que restringió el ingreso y protegió el espacio.
La cantina por su parte, está en su peor etapa. Las rejas fueron arrancadas junto a la puerta y dejaron el paso libre hacia los bañ;os, donde además decidieron tomar por la fuerza las pocetas y grifería.
«Es un riesgo para nosotros porque cualquiera se puede meter ahí y ponerse a hacer vagabunderías», comenta la señ;ora Gloria Linares.
El abandono es tan grande, que hoy por hoy el espacio, que sigue siendo utilizado por uno que otro muchacho, ha quedado enmontado, convirtiéndose en la guarida ideal de culebras y ciempiés que amenazan constantemente el bienestar de todos.
Con respecto a las gradas, para ellos es doloroso ver cómo se encuentran resumidas en óxido y abandono. Ninguna de las dos cuenta con techo, pues fueron de las primeras cosas que desaparecieron.
Los dugouts donde se resguardaban los equipos se han venido abajo. En su interior permanecen los trozos de bloques que han dejado las paredes como un colador ante la abrumante cantidad de huecos que han aparecido con el paso de los añ;os.