viernes, 22 noviembre 2024
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Casa abrigo tiende una mano a niños

Daniela Valladares | LA PRENSA.- La brisa de los árboles refresca los largos pasi­llos de la casa de abrigo Don Aurelio, en el sector 2 de Valle Lindo, en la pa­rroquia El Cují. La paz y serenidad invade cada rincón de la imponente vivienda que desde el 27 de abril de 2016 abrió sus puertas para recibir y atender a niños en situa­ción de calle o abandona­dos por sus padres y fa­miliares.

La iniciativa de brindar un lugar seguro, tranqui­lo y amoroso para los ni­ños fue idea de la familia Trejo, quienes consiguie­ron el apoyo del Consejo Municipal de Derechos del Niño, Niña y Adolescente del municipio Iri­barren (Cmdnnai) y en conjunto con las Misio­neras de Cristo Jesús, tie­nen bajo su protección a 5 chamitos que reciben atenciones, alimenta­ción, educación y atención medica por parte de Fandes (Fundación que Apoya a Niños Desampa­rados).

La hermana Adriana, Angélica y Michelle son las encargadas de recibir, cuidar, atender y ser par­tícipes las 24 horas del día en la recuperación de los distintos casos que to­can a su puerta. Desde desnutrición severa, ni­ños deambulando en las calles, con enfermedades hasta sin ningún familiar o representante que res­ponda por esas almas inocentes atienden en el sitio.

Para estas misioneras cada historia es única y especial hasta que algu­nos niños encuentran adopción o vuelven a sus casas familiares. Sin embargo, mientras el proceso pasa, los niños reciben clases de lectoes­critura con una maestra que es voluntaria y que además les brinda activi­dades pedagógicas, físi­cas, tareas dirigidas en las mañanas, mientras que 2 de las niñas más grandes asisten a clases en una escuela cercana.

La dieta de los peque­ños es un tema delicado que en algunas oportuni­dades preocupa a las her­manas, ya que en mu­chos casos deben jugar con la escasez e inflación de ciertos alimentos para poder sobrellevar la des­nutrición y así ofrecerles una mejor calidad de vi­da.

Una de las hermanas, Michelle González, ase­gura que tener la oportu­nidad de trabajar con niños es una bendición de Dios y a su vez ha sido una aventura porque ca­da día aprenden nuevas cosas y no consigue ma­yor satisfacción que reci­bir un “gracias” desinte­resado y con amor, por parte de los chicos.

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