Guiomar López | LA PRENSA.- El padre apenas tiene 15 años, pero la edad fue superada en agresividad y monstruosidad para atacar a golpes hasta comprimir la pequeña caja torácica, con toda la saña a su propio hijo de 11 meses de nacido, hasta el punto que dejara de respirar en la urbanización Yucatán de Barquisimeto. Es apenas un caso de los 26 acontecidos desde 2019 hasta agosto de 2021 en Lara. Un cuadro visceral que muestra cómo quedan envueltos los niños y adolescentes, intercalándose el banquillo de víctima o victimario de Venezuela que registra 3.738 menores fallecidos en muertes violentas en 3 años, según un informe de Cecodap con datos del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV). Todo demanda una política más sólida en orientación y acompañamiento de la salud mental de los niños y adolescentes.
Pero al detenerse a buscar esta realidad nacional que se vive desde 2017 y que se acentuó por la pandemia de covid-19 en 2020, se tiene una explosión de detonantes que empiezan por el acorralamiento ante las limitaciones económicas, con padres que han migrado y hasta sin hijos, otros que se han quedado sin trabajo o simplemente descargan todas sus preocupaciones, ira e impotencia con el llanto de un niño que simplemente pide un plato de comida. La asistencia a clases, también lleva suspendida desde casi año y medio sacrificando los hábitos de los hijos y hasta condenándolos a un encierro o a sentirse «atrapados» en su propia casa.
Un hervidero en plena combustión que puede explotar desde el seno familiar, con una gran mayoría disfuncional, donde erradamente poco se sabe de afectos o mínimo para observar los cambios repentinos de los menores, cuyo silencio o rebeldía puede ser el inicio del deterioro de la salud mental. Se ignora ese estado de ánimo que puede ser tan volátil, desde la depresión, angustia y suicidios que también han sido reflejados en ese informe de Cecodap, con la fatalidad marcada en un incremento a más del 1.000% con los 222 casos desde enero al 30 de agosto de 2021, y que en el primer semestre del año pasado se ubicó en 19, mientras todo 2019 cerró con 88 casos a nivel nacional. La violencia intrafamiliar sigue siendo el punto de preocupación, resumida entre maltratos y abuso sexual de parientes más cercanos, tales como padres, padrastros, tíos y abuelos.
Desde la palestra en Lara, se tiene a esa infancia y adolescencia al acecho con los 11 casos de muertes violentas desde enero al 30 de agosto de 2021. Se incluyen algunos infanticidios cometidos por las propias madres contra esas criaturas recién nacidas. Golpizas tan despiadadas que no miden la capacidad de resistencia de un pequeño, que si mucho llegue al primer año de vida y hasta un ajuste de cuentas contra un adolescente de 17 años, a quien golpearon, le propinaron un disparo y hasta intentaron quemar su cuerpo el cual fue lanzado en una fosa del Cementerio Nuevo, ya que fue asesinado en este camposanto, al oeste de Barquisimeto.
El inicio fue a pocos minutos de amanecer el pasado 1 de enero, cuando un adolescente de 17 años estaba reunido en su casa, en el sector Llano Alto de Tamaca y decidió salir a la calle para dar el «Feliz Año» a otros amigos. Una bala perdida terminó tendiéndolo en plena vía pública y ni siquiera llegó con vida al ambulatorio más cercano. Otro joven de 13 años fue asesinado el 17 de abril en Valle Lindo, cuando varios compañeros lo buscaron en su hogar, invitándolo a jugar, pero las verdaderas intenciones era asesinarlo. Luego, ubicaron el cuerpo estrangulado.
¿Pero los adultos realmente han ido más allá de sus obligaciones y prestan atención a los pequeños?, es la respuesta que intenta responder el doctor Huniades Urbina, desde la Sociedad Venezolana de Pediatría, ante ese cambio brusco y prolongado que se evidencia a casi un año y medio de pandemia. Una traducción que se plasma desde la involución en niños a corta edad, en su retraso del desarrollo y al terminar como el depósito de quejas de sus padres, quienes pueden responderles con maltrato psicológico o físico, y además de ignorar el estado de ánimo de sus hijos. No todos reaccionan igual y pueden estar al borde de un cuadro depresivo.
El factor común es la familia fracturada, con padres que migran a otros países en procura de un mejor ingreso económico para los suyos. Pero esto puede arrastrar un trastorno emocional, cuando es entendido como un abandono. Además que la recarga de responsabilidades puede quedar en abuelos, quienes no están en capacidad de asistir a niños, o en otros parientes sin la debida paciencia para aguantarse esas reacciones que pueden ser de rebeldía o de resistencia, como parte del llamado de atención y vacío en afectos.
Sobreviven
Más allá de asegurarles las raciones de comida o la mesada, niños y adolescentes pueden terminar absorbidos por las condiciones económicas, política y en general que saturan a la sociedad de obligaciones. Según el psiquiatra, Marco Tulio Mendoza, se refleja un aumento en consultas por la salud mental, mientras el control deja de ser accesible para quienes no cuentan con el dinero para pagar las sesiones de profesionales.
Uno de los principales enemigos es la precariedad económica que aborta la salida de chamos, hasta en manifestaciones primitivas, como mecanismo de resistencia a la realidad en la calle. Un explosivo para una adolescencia con riesgo de frustración, con responsabilidades de llevar el sustento a la casa o estar en libre albedrío, al permanecer tantas horas en la calle y sin cumplir con las normas del hogar. De allí, poco trecho para ese proceso de adaptación al grupo, al caer en vicios como ingerir alcohol o consumo de sustancias estupefacientes.& ;
Las carencias afectivas y recibir las tribulaciones caóticas de los adultos termina por desesperar a los menores. Mendoza resalta el riesgo desde el modelaje, a partir de unos padres que confunden disciplina con violencia y maltratos como parte del día a día. El hijo asume ese patrón y lo replica con todos los peligros desde la calle. Pero también puede limitarse sólo a ser receptor al ser víctima de esa agresividad que poco le falta para llegar al abuso sexual.
Tal caldo de cultivo precisa al llamado de atención para los menores de edad y así no terminar en la data de muertes violentas o suicidios.
Abordar y sin perder el control
Desestimar, es una palabra que puede condenar una tristeza hacia las fases de angustia, depresión o al extremo con pensamientos suicidas en menores. Es la observación del psicólogo José Aranguren, al resaltar que la violencia desde el hogar convierte a los niños más vulnerables.
& ;Lo importante es identificar ese momento en que empiezan a cambiar sus hábitos. Pierden el apetito, los ataca el insomnio, se aíslan y hasta pueden ser más agresivos. De allí, que los adultos dispongan del tiempo para compartir con sus hijos, e incluso preguntarles cómo se sienten ante determinada situación.& ;
Recomienda evitar que el caso se escape de control y buscar ayuda desde el acompañamiento profesional. La orientación de psicólogo o psiquiatra, para empezar a ser atendido en sesiones desde el abordaje a los padres o adultos responsables de la custodia.
Los casos son relativos a cada paciente, pero pueden ser con depresión leve en consulta cada 15 días o aquellos severos con pensamientos suicidas, quienes necesitan dos sesiones a la semana.& ;
Poco sostenibles los planes de protección al menor
Con las especificaciones de los deberes y derechos en la Ley de Protección del Niño, Niña y Adolescente (Lopna), los especialistas coinciden que se tiene una buen arranque. La observación es a partir de una política permanente nacional para la orientación y protección, además de la capacidad de respuesta con las denuncias acerca del maltrato infantil y acentuado desde el seno familiar.
Para el psiquiatra, Marco Tulio Mendoza, se tienen leyes de avanzada, pero no con el respaldo que considere la cobertura de toda la problemática social. Ilustra con situaciones tan forzadas que frustran la vida normal en la adolescencia y hasta convierten la rutina habitual en situaciones extremas de desgaste físico.
La campaña debería ser permanente hacia la salud mental, incluso con más acceso a las consultas de orientación en el sistema de salud público. Un complemento que refuerce con la difusión de valores para la familia y de esa manera para identificar los posibles indicios del cuadro depresivo en los pequeños, además de quienes sean víctimas de maltrato y lleguen a callarse todo ese sufrimiento.
Se trata de un compendio que busca terminar de resaltar los valores desde la familia, para evitar ese riesgo en aquellas disfuncionales donde puedan desencadenarse una larga lista de manifestaciones de violencia. De allí, que la necesidad es resguardar a esos niños que van creciendo y reconociendo el respeto hacia sus padres.
El seno familiar tiene mucho peso en esa carga afectiva de los niños y adolescentes. El Estado debería acompañar con más programas, de esos que abarcan hasta la recreación como parte de ese aspecto que terminó sacrificado por la cuarentena de la pandemia por covid-19. Avance mancomunado y por la estabilidad de los pequeños.