LA PRENSA DE LARA.- Hoy debemos aceptar que llevamos el teléfono celular a todas partes y delegamos nuestras percepciones a ese aparato, percibimos la realidad a través de la su pantalla, esa ventana digital diluye la realidad en información, que luego aparentemente registramos, solo que no hay contacto con cosas, hemos llegado a privarlas de su presencia, ya no percibimos los latidos materiales de la realidad, la percepción se torna luz incorpórea, y es porque el teléfono irrealiza el mundo.
Las cosas no nos espían, es por eso tenemos confianza en ellas, el teléfono en cambio, no solo es un infómata, sino un informante muy eficiente que nos vigila de forma permanentemente, quien sabe lo que sucede en su interior algorítmico se siente con razón perseguido por él. Hoy el teléfono nos controla y programa, no somos nosotros los que utilizamos el teléfono móvil, sino el teléfono móvil el que nos utiliza a nosotros, el verdadero actor es el teléfono, estamos a merced de ese informante digital, tras cuya superficie de diferentes actores nos dirigen y nos distraen.
Debo decir que el teléfono no solo tiene aspectos emancipadores, es que también su fácil y la continua accesibilidad no se diferencia en gran medida de la servidumbre, y es que también esté aparato portátil se revela como un campo de trabajo móvil en el que nos encerramos de manera voluntaria y nos excusamos al decir que es por alguna necesidad, es también un pornófono ya que nos desnudamos ante ello de forma voluntaria, también funciona como un confesionario portátil, prolonga el «poderío sagrado del confesionario» en otra forma.
Cada dominación tiene su particular devoción. El teólogo Ernst Troeltsch habla de «los cautivadores objetos devocionales de la imaginación popular» los cuales estabilizan la dominación al hacerla habitual y anclarla en el cuerpo para ser devoto y ser sumiso, es por ello que se pueda asegurar que el teléfono se ha establecido como devocionario del sistema neoliberal, como aparato de sumisión, el cual se asemeja al rosario, que es tan móvil y manejable como el gadget digital, el like es el amén digital, cuando damos al botón de «Me gusta», nos sometemos al aparato de la dominación.
Plataformas como Facebook o Google son los nuevos señores feudales, incansables, labramos sus tierras y producimos datos valiosos, de los que ellos luego sacan provecho, repetimos siempre que somos y nos sentimos libres, pero estamos completamente explotados, vigilados y controlados, en este sistema que explota la libertad, y por en ende no se crea ninguna resistencia, la dominación se consuma en el momento en que concuerda con la libertad.
Somos demasiado dependientes de la droga digital, y vivimos aturdidos por la fiebre de la comunicación, de modo que no hay ningún «¡Basta!», ninguna voz de resistencia.
El sistema neoliberal es en sí mismo «smart» (inteligente), el poder smart no funciona con mandamientos y prohibiciones, no nos hace dóciles, sino dependientes y adictos, en lugar de quebrantar nuestra voluntad, sirve a nuestras necesidades, nos lleva a complacernos, es permisivo, no represivo, no nos impone el silencio, más bien nos incita y anima continuamente a comunicar y compartir nuestras opiniones, preferencias, necesidades y deseos, y hasta a contar nuestras vidas. Al ser tan amistoso, es decir, smart, hace invisible su intención de dominio, el sujeto sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento, se imagina que es libre, el capitalismo consumado es el capitalismo del «Me gusta», gracias a su permisividad no tiene que temer ninguna resistencia, ninguna revolución.
Dada nuestra relación casi de hermandad gemela con el teléfono móvil, se presume ahora que este representa un objeto de transición, objeto de transición llama el psicoanalista Donald Winnicott a aquellas cosas que posibilitan en el niño pequeño una transición segura a la realidad, solo por medio de los objetos de transición crea el niño un espacio de juego, un «espacio intermedio» en el que «se relaja como si estuviera en un lugar de descanso seguro y no conflictivo», los objetos de transición construyen un puente hacia la realidad, hacia el otro, que se sustrae a su fantasía infantil de omnipotencia, desde muy temprano, los niños pequeños agarran objetos como los extremos de una cobija o una almohada para llevárselos a la boca o acariciarse con ellos, más adelante toman un objeto entero como una muñeca o un peluche, los objetos de transición cumplen una importante función vital, dan al niño una sensación de seguridad, le quitan el miedo a estar solos o solas, crean confianza y seguridad, gracias a los objetos de transición, el niño o la niña se desarrolla lentamente en el mundo que lo rodea, son las primeras cosas del mundo que estabilizan la vida de la primera infancia.
El niño o niña mantiene una relación muy intensa e íntima con su objeto de transición. El objeto de transición no debe alterarse ni lavarse, nada tiene que interrumpir la experiencia de su cercanía. El niño o niña entra en pánico cuando extravía su objeto querido, aunque el objeto de transición es una posesión suya, tiene cierta vida propia, para el niño o la niña se presenta como una entidad independiente y personal, los objetos de transición abren un espacio dialógico en el cual el niño o niña encuentra al otro u otra.
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