lunes, 12 mayo 2025
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Un taller artístico fue el mejor escenario para avivar el amor entre madres e hijos

Las mujeres y madres que se desarrollaron en la plástica tuvieron a sus retoños como cómplices y les colmaron de esa sensibilidad a flor de piel desde su infancia en un taller artístico.

Nacieron artistas y decidieron ser madres, tal como lo recalca la reconocida panameña Olga Sinclair. Sonríen al revivir esa emoción de sustituir los creyones por las tizas o pinturas, un olor característico que atraía y la picardía por dar utilidad a trozos de lienzos. Eran inquietudes que movían a los hijos de creadoras y apasionadas por la libertad del ingenio. Ellas asumieron sus talleres como el espacio de complicidad maternal y previo al Día Nacional del Artista Plástico, comparten esa satisfacción que también les sirvió como un aditivo de inspiración en sus obras.

Es un mundo compartido por la distinguida Sinclair junto a las criollas María Peraza Tona, Yajaira Sánchez, Nemate Daza y Midey Espinoza, quienes disfrutaron esa inocencia de sus hijos, jugando a ser creativos en sus talleres y  hasta verlos correr entre los pasillos de la escuela de artes plásticas “Martín Tovar y Tovar”, mientras ellas continuaban estudiando o impartían clases. Coinciden que no todos se dedicaron de lleno a las artes, pero los disfrutaron al máximo en los momentos de picardía infantil y son sensibles ante el hecho cultural. 

“El artista plástico nunca deja de ser artista y una madre, nunca de ser madre”, indica la humilde panameña que dedicó un poco de tiempo de su apretada agenda, para responder por correo a esta entrevista al diario La Prensa de Lara, mientras se encuentra cumpliendo compromisos en Japón, acompañada de sus hijas Natasha y Suzanna. Confiesa “nací artista y quería ser madre”, estableciendo un plan de trabajo  óptimo en distribución del tiempo, viviendo en tres continentes y siendo Venezuela el octavo país que tuvo la dicha de recibirla, admirando su carrera ininterrumpida con su participación en más de 50 muestras individuales y supera las 350 colectivas.

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Heredó la vena artística de su padre, el maestro Alfredo Sinclair y la disciplina le permitió hasta inaugurar una exposición en Amsterdam, a pocos días para el parto de su primogénita  Natasha en Indonesia. Luego de la confirmación con la llamada de la galerista, ya tenía el tiempo ganado y tuvo el doble éxito en público y ventas de obras.

Ellas han sido sus fieles compañeras y recuerda que estaban pequeñas, pero “garabateaban” mientras Sinclair pintaba, escuchando música clásica. No perdían oportunidad de quitarle el pincel y armar sus composiciones. Cierra los ojos y revive aquellos instantes cuando vivían en Jakarta, subían a escondidas al estudio en el segundo piso, que al ser descubiertas estaban haciendo travesuras con sus pinceles.

“Ninguna es artista, pero en nuestros viajes, la agenda de museos y cultura es la más importante”, exclama. Suzanna les sorprendió que a los nueve años dibujó un retrato “tan realista”, que lloró de emoción y le recomendó aprender las técnicas porque tenía talento, pero le respondió: “Mami, NO, ya abuelito y tú son pintores”.

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Son motivo de inspiración, que a cada una le ha dedicado una exposición.  “Damas para Natasha” en el Museo de Arte Contemporáneo de Panamá, luego de viajar desde Indonesia y pintarla con apenas tres meses de nacida. “Luego al nacer Suzy, también le dediqué su exposición y de allí en adelante han sido fieles compañeras en muchas de mis muestras internacionales”, mencionando el Palacio de Minerías en México, Palazzo Medici Riccardi en Florencia, Royal Academy of Art en Jordania, Casa de América en Madrid o en Pallas Art en Qatar.

También se involucran en el trabajo de la Fundación Olga Sinclair, siendo parte de la junta directiva y en la planificación de actividades o recaudación de fondos. Allí bajo el lema “Tocar el cielo con las manos”, han impulsado la formación artística desde niños en más de 13 países y hasta siendo merecedores del Récord Guinness pintando durante el centenario del Canal de Panamá en 2014.

La mayor fortaleza es la calidad de tiempo, teniendo gran parecido a su madre, como profesionales, independientes, inteligentes, poliglotas, les gusta viajar y sonreír, sin tantas complicaciones existenciales. Su próximo proyecto es publicar su segundo libro, titulado “Seis décadas de la obra de Olga Sinclair”, el cual desea presentar al cumplir sus 70 años de edad y que sea referencia a nuevas generaciones.

Se define como “una artista que ha pintado, más de seis mil obras, pero las dos únicas obras maestras, han sido sus hijas, Natasha y Suzanna, que la hicieron, MADRE”.

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Del taller artístico a la música

“¡Ellos crecieron viéndome pintar y dando clases!”, exclama con orgullo Peraza, directora de la escuela de artes plásticas “Martín Tovar y Tovar”. Pauleth y Paúl Barreto siempre estuvieron rodeados de ese mundo sensible y luego de intentar varios trazos, pues mostraron su preferencia por otra expresión artística y se decidieron por la música. A partir de allí, su vida se compartió entre la plástica y acompañarlos al Conservatorio Vicente Emilio Sojo, donde la niña aprendió violín y el varón por la flauta traversa desde los cuatro años de edad.

Ella se complace porque su hijo perteneció a la orquesta de la Universidad Yacambú y hasta en un ensamble. Mientras la hija heredó el ingenio en la elaboración de artesanías y hasta aprendió a tejer, asumiéndolo como un emprendimiento siendo adulta. Ambos se inclinaron como humanistas y estudiaron derecho.

Tona se siente orgullosa porque desarrolló su carrera, sin descuidar la crianza de sus hijos, siempre exploró del arte puro entre la pintura, escultura y artes gráficas. Inició desde lo figurativo, pero luego tuvo su sello de lo abstracto con la búsqueda de texturas entre las acuarelas y siempre inclinada por los colores cálidos como el anaranjado, rojo y amarillo, que identifican a Barquisimeto.

Se preparó en la escuela Martín Tovar y Tovar, pero luego impartiendo clases en el taller de arte infantil. Pasó a ser  coordinadora de estos talleres y desde hace siete años asumió la dirección. “Cuando se ama el trabajo, pues no nos detenemos ni siquiera durante la pandemia por Covid 19”, dice complacida de su participación en muestras nacionales e internacionales durante este tipo de cuarentena.

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Amar lo que se hace

Yajaira Sánchez, directora del Museo de Barquisimeto, tampoco descuidó a sus retoños Jesús y Alejandra, quienes se llevaban poca diferencia de edad. El mayor compartía más tiempo con ella en la escuela de artes y era tanta la familiaridad, que el niño llamaba como abuelo al maestro Hugo Daza. Un vínculo muy cercano porque el abuelo materno también fue un reconocido artista plástico, Viviano Sánchez.

Su hija era la más curiosa, aun siendo muy pequeña, pues siempre intentaba dibujar obras del gran maestro José Requena, porque le llamaban la atención esa naturalidad que irradiaba desde el paisajismo. “Verlos era una emoción tan grande, que pese a su inocencia, percibían la belleza del arte”, admite recordando que no solamente Daza fue uno de sus mentores, sino también Dino Di Rosa, quien la motivó a participar en varias exposiciones.

Ese plan vocacional y el talento de Sánchez fue tan extraordinario en su crecimiento profesional, que para 1996 fue designada docente en la escuela de artes y dictando cátedras como dibujo, pintura, entre otras. Era parte de sus méritos porque seguía indagando en perfeccionar la técnica y logrando realizar varios talleres en Caracas acerca de grabado y artes gráficas, siendo éste su mayor  fascinación.

Para 2019, se conoció el anuncio de su cargo como directora del Museo de Barquisimeto, donde está abierta a las actividades permanentes en este recinto cultural y los programas de acercamiento con estudiantes de planteles educativos cercanos. Una programación que puede ser más extensa, al momento de que se culmine la restauración de toda la infraestructura. No abandona la docencia y es inolvidable ese momento en que ganó el II Salón Divina Pastora en la galería José Requena, del Palacio Municipal.

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Heredan huella del arte

El corazón no le cabe en el pecho a Nemate Daza, de tanta emoción, cuando recuerda que de sus cuatro hijos, tres de ellos se mantuvieron en la libertad de las artes. Ellos provienen de una familia con vinculación directa con las artes plásticas, porque el abuelo fue el reconocido Hugo Daza e hijos de Leonardo Figueroa con Nemate, quien transforma el vidrio en maravillas a través de la técnica de vitrofusión.

El primogénito, Leonardo, siempre fue más científico y actualmente es ingeniero. Mientras Hamlet desde muy pequeño la acompañaba en su taller, donde empezó jugando a moldear arcilla y al crecer también tuvo curiosidad por el dominio en vidrio, actualmente trabaja la fotografía y con la producción de audiovisuales. Diana es diseñadora integral y en diseño digital, así como le encanta pintar sobre tela o madera. El menor es Jorge, quien prefirió estampar en la piel y por más de una década tiene experiencia como tatuador, gracias a su facilidad con el dibujo y una precisión que lo hace muy solicitado en Estados Unidos, donde lleva casi cuatro años radicado.

Namate lleva toda su vida dedicada a la plástica, pero con especial dedicación durante 36 años al arte del vidrio, como una transformación que deja a un lado esa percepción de trabajo artesanal y se convierte en una obra de arte. Son piezas tan delicadas que han sido admiradas en exposiciones en Colombia, Brasil, Ecuador, España, entre otros países. Una magia que es capaz de fundir en la madera y terminar en ensamblajes, ya con los vidrios de colores que dan mayor originalidad y teniendo esos acabados como toda una maestra del fuego.

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Sumergida en expresiones

Cuando Midey Espinoza comenta su experiencia, su tono de voz se colma de dulzura, porque estuvo complacida de esa crianza de Siana y César Eduardo, así como dedicarse de lleno a su taller durante las noches. Su hija pintaba muy bien y hasta sorprendió la familia con apenas cuatro años de edad, dibujando la habitación de su hermanito, pero con una perfección que se notaba con las dimensiones de las patas de la cama. Era algo muy complejo para una niña tan pequeña. Pero con el niño, siempre tuvo interés por pintar, pero se inclinaba más hacia las matemáticas. En la actualidad, ella estudia inglés en la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez y él es ingeniero en electrónica.

Ambos sentían orgullo por las obras de su madre y eran sus mejores espectadores, cuando la acompañaban a las colectivas. “Esto es una verdadera pasión y me sentía tan feliz cuando decían: Mira lo que hace mi mamá, tan bello”, dice con el orgullo inmenso, siendo una caraqueña que se instaló en Barquisimeto desde muy joven y aprendió de los maestros José Boraure y Fernando Correa.

Confiesa que siempre trabajaba con ellos en el taller, pero cuando fueron creciendo y tenía más obras pendientes, trataba de dejar el trabajo más fuerte para las horas de la noche. Así iba perfeccionando sus conceptos figurativos como rostros y que luego pasaron al paisajismo, con más inclinación hacia las flores. Aprendió a “quemar” los verdes y así tener más matices y también le encantan los tonos azules. Ella es docente en la escuela de artes plásticas de dibujo infantil e imparte talleres en la sede de Arte Contemporáneo.

Cada testimonio denota el doble amor de estas mujeres, sin abandonar sus carreras artísticas e involucrando a sus hijos con esa sensibilidad irresistible de las artes plásticas. Hoy se sienten realizadas y con esa doble bendición, porque compartieron esa magia de cada trazo, de los colores y texturas que invitaban a soñar en cada obra.

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