sábado, 23 noviembre 2024
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Asesinado mientras cazaba iguanas

Edy Pérez | LA PRENSA.- Lisbeth Ulacio (45) con­templa el cadáver de su marido, Miguel Ángel Peroza Alvarado (26). No quiere hablar, ya ni pue­de llorar. Solo mira a su marido que está tendido bocarriba en la cima de un cerro, en el sector Los Claveles de la vía Pavia. La mujer tiene los ojos hinchados de tanto que ha llorado.

“Papi me quiero ir con­tigo, llevame”, suelta y se va en llanto cuando los “petejotas” le ordenan que se aparte del cadáver para poder hacer las ex­perticias y levantarlo. Una sobrina, que está a su lado, la abraza. La da­ma se sienta sobre las la­jas y piedras de la cima del cerro y sigue lloran­do. Era su amor. “Fue el mejor marido que tuvo mi tía”, asegura la sobri­na mientras la consuela.

La mañana del domingo Miguel decidió ir a cazar iguanas y conejos junto a su hijastro Rolando Tolo­sa (26). Se unieron dos amigos más. Él se puso jeans, zapatos de goma, una franela verde. Agarró un koala negro, metió la fonda y un pote de agua. Empezaron a subir el cerro que parece tener unos 90 grados. El suelo es en partes arcilloso, en otros lados hay peñones y la­jas, está adornado por al­gunas tunas y palos se­cos.

Llegaron a la cima mientras buscaban los animales, y presume la sobrina, que los hombres que crían chivos, los con­fundieron con ladrones y por eso les dispararon con una escopeta. Rolando y Miguel resul­taron heridos. A Rolando le dieron en el costado derecho mientras que Miguel fue herido en am­bas piernas.

“Mi hijo bajó el cerro”, cuenta Lisbeth y cuando llegó abajo atendió el ce­lular y dijo que estaba he­rido. Un familiar lo bus­có a bordo de una moto y lo llevó al seguro Pastor Oropeza. Allá lo atendie­ron y lo estabilizaron.

El ataque armado fue a las 2:00 de la tarde del do­mingo. A penas se lleva­ron a Rolando los miem­bros de la comunidad y la propia Lisbeth se fueron al cerro a buscarlo, pero no lo encontraron. Fue ayer pasadas las 4:00 de la madrugada que un familiar lo encon­tró. El cadáver estaba bo­carriba. A unos tres pa­sos hacia arriba estaba el pote de agua vacío y lleno de sangre, el koala negro yacía a unos cinco pasos del pote y la fonda justo en la cima de la monta­ña.

La franela estaba guin­dada en una de las tunas. “Él la puso ahí para que lo viéramos y no lo vi”, repite con rabia Lisbeth. La mujer está triste, em­pieza a bajar el cerro, pe­ro se resbala cae al suelo, se vuelve a parar y dice: “Esto no es nada para el dolor que tengo en el al­ma”.

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