sábado, 23 noviembre 2024
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Ante la peladera venden hasta el alma

Osman Rojas | LA PRENSA.- A las 12:41 del mediodía Marcela Duarte tomó su teléfono celular. Abrió la aplicación de WhatsApp en su móvil y difundió un mensaje desgarrador para su corazón. “Vendo anillos de oro 10 kilates. Interesados escribir al privado”, rezaba el escue­to comunicado con el que la mujer ponía en el mer­cado sus aros matrimoniales.

Cinco minutos después de aquel mensaje un amigo le escribe para comprarlos. La mujer lo­gra su objetivo pero los 25 millones que le depo­sitan en su cuenta no ali­vian su pena. “Apenas re­cibí la confirmación de la transferencia me eché a llorar. Era mi recuerdo más preciado, pero tuve que venderlos. Cuando pasé la cadena eran las 12:41 del mediodía y a esa hora ni mi esposo ni yo habíamos comido”, cuenta.

Con el dinero la mujer salió y compró comida. Pasta, arroz, harina, ver­duras y granos consu­mieron gran parte del di­nero. “Lo más triste es que esa plata no alcanza para nada. Compramos comida para una semana y después andábamos viendo qué otra cosa se vendía para matar el hambre”, suelta.

La historia de Duarte es triste, pero frecuente en la ciudad y es que, la cri­sis económica que atra­viesa el país hace que las personas salgan de sus objetos más queridos pa­ra resolver el tema de la alimentación. Muebles, objetos antiguos hereda­dos a través del tiempo, coches o cunas de bebé y hasta cama son comer­cializadas por las perso­nas en la entidad.Manuel Salazar, profe­sor jubilado, ha sufrido en carne propia lo que es vender sus objetos de va­lor sentimental para po­der mantenerse. En la es­quina de la carrera 18 con calle 27 el hombre estira una sabana y colo­ca sobre ella libros, artí­culos de cocina y ropa de bebé.

«Mi pasado está aquí. El que compre estas cosas se lleva parte de mí”, dice el hombre. Salazar expli­ca que los libros que co­mercializa fueron usados por él en su época de uni­versitario. Las ollas que son exhibidas son heren­cias de su madre que murió hace 5 años y la ro­pita es de su hija, una jo­ven que el venidero mes de junio cumplirá 15 años.

“Hace un mes empecé a vender lo que tengo guardado en la casa y le he sacado provecho. Hay días en los que no tene­mos nada qué comer y con la venta de estas co­sas se sacan para com­prar al menos un kilo de yuca”.

En las calles del centro de Barquisimeto es don­de más se evidencia este fenómeno, pues en cada rincón, hay personas vendiendo sus cosas. La mayoría de estos comer­ciantes son personas de­sempleadas.

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