Hace 15 años, el barrio Argimiro Gabaldón, al oeste de Barquisimeto, se estremeció con la muerte de un niño de apenas cuatro años de edad. Lo que parecía un juego inocente terminó en tragedia, dejando una herida en quienes conocieron al pequeño.
Eran las 3:00 de la tarde del 27 de julio de 2010, cuando tres niños subieron a los cerros que rodean al sector Argimiro Gabaldón con Santa Rosalía y encontraron un cuerpo que jamás deberían haber visto. El niño estaba desaparecido desde el sábado, junto a él había una nota que insinuaba presuntas deudas con su padre.
«Ahí tienes por la deuda que tienes, que tu hijo sí te duele», fue parte de la frase que escribieron con lapicero y que contenía errores ortográficos.
Aún la comunidad recuerda ese trágico día, la madre lloraba desesperada y decía: «tenía las esperanzas de conseguirlo vivo», mientras que otros vecinos estaban conmocionados y no podían creer cómo una persona podía hacerle daño a un inocente.
El pequeño estaba desaparecido desde el 24 de julio. Ese día, la madre lo estaba viendo jugar con sus carritos frente a su casa, en dos oportunidades se asomó y allí estaba el niño, pero a la tercera vez cuando volteó a ver qué estaba haciendo ya no estaba.
De inmediato salió de la casa y comenzó a llamarlo, pero no daba con él. Le preguntó a sus vecinos y ellos no supieron decirle nada sobre él. Angustiada por lo que estaba pasando de inmediato comenzó a pedir ayuda. Lo primero que hicieron los familiares y allegados fue buscar de casa en casa.
Cuando cayó la noche, la madre se trasladó hasta la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) para reportar la desaparición del niño y así a los otros cuerpos de seguridad como Cicpc y Polilara. Los funcionarios comenzaron la búsqueda del niño y rodearon todo el sector, pero no dieron con su paradero.
Luego de conocerse la desaparición del pequeño comenzaron los señalamientos en contra de los padres, algunos decían que el papá del niño, presuntamente, vendía sustancias ilícitas y que quizás por una «deuda» se lo llevaron. También dijeron que alguien llegó a la calle donde estaba el infante y preguntó por su papá, pero al no encontrarse se lo llevaron. Sin embargo, todo era especulaciones.
Cada hora la angustia se apoderaba de los padres y de toda la familia. Los vecinos trataban de ayudar a dar con el paradero del pequeño, pero se les hacía imposible porque no había ningún rastro de él. «Esos días todo estaba paralizado en el barrio, las personas se levantaban hablando del caso y se acostaban igual», comentó una vecina de la zona que recordó el caso.
Los jovencitos que hallaron el cuerpo del niño lo reconocieron por la ropa. La última vez que lo vieron con vida la víctima cargaba un pantalón negro con una franela manga corta color caqui.
Los adolescentes apenas lo identificaron, salieron corriendo hasta la casa de los padres y le dijeron que en el cerro estaba el niño muerto. Impactados por la noticia y aunque con el corazón apretado, decidieron caminar hasta el cerro y allí se encontraron con la desgarradora escena. Todos lloraban al ver cómo el inocente pequeño había sido hallado.
Los vecinos reportaron el hallazgo a los cuerpos de seguridad y en pocos minutos una comisión del Cicpc se trasladó al sitio del suceso. La comisión llegó a la escena del crimen para iniciar las investigaciones, estaban frente a un infanticidio y con poca información de lo que había ocurrido.
Para ese momento, los uniformados indicaron que al cuerpecito le faltaba la mano derecha, pero presumieron que se trató de animales que se la arrancaron.
Alrededor de 100 personas estaban en el cerro y aprovecharon la presencia de los cuerpos de seguridad para pedir que se hiciera justicia por el crimen. Entre ellos hablaban que esa cruel muerte no podía quedar impune y que los responsables debían pagar con cárcel por lo que hicieron con el angelito.
La investigación sobre la muerte del niño se extendió hacia la familia y vecinos cercanos. Querían saber quién era el culpable. Los funcionarios adscritos al laboratorio criminalístico del Cicpc acudieron a la vivienda de los padres de la víctima para practicar la prueba de luminol, con la finalidad de encontrar rastros de sangre, pero el químico no reaccionó.
La sospecha de que los padres sabían más de lo que contaba fue creciendo y con ellos los interrogatorios, pero ellos aseguraban que no eran los homicidas. Las investigaciones indicaron que el culpable asesinó al pequeño en un lugar y luego llevó el cuerpo al cerro.
En menos de una semana, los funcionarios lograron dar con el responsable del asesinato, que para muchos parecía ser un «cangrejo», por ser difícil de resolver. El responsable fue un adolescente, de 15 años de edad, quien estaba fuera del sistema educativo. Según la versión de las autoridades para ese año, el quinceañero confesó cómo fue el crimen y por qué lo hizo.
El adolescente, quien era vecino, vio al niño y lo invitó a jugar metras. En medio de la inocencia, el pequeño aceptó y fue hasta su casa, justo en el descuido de la mamá.
Cuando el niño estaba en el lugar, el adolescente tomó una bolsa de plástico y se la puso en la cabeza, logrando asfixiarlo. Una vez que se dio cuenta de que estaba muerto lo metió en una bolsa y se lo llevó hasta el cerro, donde abandonó el cadáver.
El adolescente confesó lo que hizo al sentirse acorralado, debido a que los funcionarios inspeccionaron el sector a diario. Además, dijo que fue por venganza porque el papá del niño, supuestamente, intentó violarlo.
Para ese año, se supo que investigadores tenían varias hipótesis y el responsable, aparentemente, supo cómo hacer ver que el culpable era el padre de la víctima. El papá del niño era señalado por la comunidad como el responsable y es que el adolescente de alguna manera lo quiso involucrar, al dejar un escrito con un trozo de papel en el cuerpo.
Resulta que los detectives lograron dar con el cuaderno, del que arrancaron el papel, supuestamente en la casa de la víctima, lo que generó más sospecha en los funcionarios.
Los padres del niño, en medio de su dolor, decían que ellos no eran culpables del atroz crimen. Los familiares de la víctima defendían al padre y aseguraban que no era el asesino, que debían buscar al culpable.
Los uniformados le practicaron varios interrogatorios al padre, hasta que dieron con el verdadero asesino del niño de cuatro años de edad.
El pedazo de papel fue el principal elemento criminalístico y que luego aplicaron la prueba, que es grafología forense, para analizar documentos manuscritos, con el objetivo de identificar la autoría.
Esta prueba fue practicada a varios familiares de la víctima y a personas cercanas, nadie escapaba de ser sospechoso. Al principio consiguieron una libreta en la casa de los padres del niño y creían que fue usada para dejar el mensaje, pero tras un análisis comparativo se percataron que no era igual.
Esta misma prueba fue aplicada al adolescente, luego de confesar el crimen, para dar por cerrado el caso policialmente. El resultado fue positivo. Y los comisarios que dieron la rueda de prensa para ese año, anunciaron que el adolescente había guardado la libreta en una gaveta.
Además, él fue quien llevó a los funcionarios hasta un baño que no era usado en su casa, para decirle donde había colocado las bolsas que usó para asfixiar y trasladar el cuerpo del pequeño.
El joven metió las bolsas dentro de una tubería, así como también el bolígrafo con el que escribió la nota y los funcionarios colectaron las evidencias. Quince años después, se desconoce la situación judicial del adolescente.
La autopsia reveló que el niño presentó un traumatismo en la cabeza y que tenía mutilada una mano, pero que se presumió fue arrancada por animales. Los funcionarios indicaron que el golpe en la cabeza del niño se dio post mortem, debido a que el adolescente lanzó el cuerpo en el cerro.
Los vecinos de la comunidad cada vez que conocían más detalles querían hasta quemar la casa donde vivía el quinceañero. Fuentes policiales narraron que el adolescente dijo que sintió lástima por lo que le hizo al pequeño.
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