José Miguel Najul | La Prensa.- El montón de escombros estaba coronado por una calavera, de tamaño pequeño y color amarillento; junto a ella había un hueso largo, que parecía un fémur. Eran los únicos restos humanos, y estaban envueltos en una pila de desperdicios.
Estaban en la esquina de la calle 12 con carrera 21, en donde queda un local de venta de pan dulce. Entre los desechos habían plumas de gallo, herraduras de caballo, y varios palos marcados con las palabras “ceiba”, “moruro” y “para mí”.
Una señora, habitante del sector, relató que había pasado el domingo, después de las 10 y media de la noche, por esa misma esquina, y que a esa hora no había nada es ese punto.
Fue ella misma la que asomó que, lo más probable, es que hubieran sido unos “paleros”, conocidos por desenterrar cadáveres de los cementerios, para ejecutar rituales de brujería.
A un par de metros, en otra de las paredes que conforman la fachada del negocio, habían varias copas volteadas, que eran otro indicio de la tesis de la brujería.
Una dama, que estaba atendiendo en el loca que, al parecer, fue el objeto del “trabajo” de los paleros, prefirió reservarse los comentarios.
Se limitó a insistir en que nada de lo que estaba ocurriendo tenía que ver con ella, y que por eso mismo ni siquiera se había asomado cuando los funcionarios del Cicpc llegaron a recolectar la osamenta que estaba en la acera.