sábado, 23 noviembre 2024
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Engañan para matar

LA PRENSA.- Tranquila que somos pe­te­jo­tas”, le di­je­ron par de ti­pos a la abue­li­ta de Or­lan­do Sán­chez que es­ta­ba en la sa­la. Los hom­bres pa­sa­ron has­ta el pa­tio, dieron una vuel­ta bus­can­do “al­go” y lue­go en­tra­ron a la ha­bi­ta­ción de Or­lan­do y lo ase­si­na­ron mien­tras dor­mí­a. El re­loj mar­ca­ba las 7:30 de la ma­ña­na de ayer.

En ese ins­tan­te un ca­rro pe­que­ño co­lor gris se pa­ró jus­to fren­te a la ca­sa de Or­lan­do. Dos ti­pos al­tos y bien ves­ti­dos se ba­ja­ron, ha­la­ron la ma­ni­lla de la re­ja que es­tá en la en­tra­da y pa­sa­ron. En la sa­la de la ca­sa es­ta­ba la abue­li­ta de Or­lan­do y su hi­jo de dos años que ju­gue­te­a­ba al­re­de­dor de la do­ña. Los hom­bres al ver a la se­ño­ra y al mu­cha­chi­to lo úni­co que hi­cie­ron fue de­cir­les que eran “pe­te­jo­tas” y que se que­da­ran tran­qui­los.

Aun­que la mu­jer de unos 76 años se pu­so al­go ner­vio­sa con­fió en que eran fun­cio­na­rios del go­bier­no y se que­dó bien ca­lla­da. Los ti­pos en­tra­ron al pa­tio de la ca­sa y lue­go de re­vi­sar­lo vol­vie­ron a en­trar a la vi­vien­da. Fue en ese mo­men­to que en­tra­ron al se­gun­do cuar­to de la ca­sa en don­de dor­mí­an Or­lan­do y su mu­jer. Uno de ellos sa­có su ar­ma y le dis­pa­ró al hom­bre que es­ta­ba en bo­xer y bo­ca­ba­jo so­bre su ca­ma. Los ti­pos sa­lie­ron de la ca­sa co­mo si na­da, se mon­ta­ron en el ca­rro y se die­ron a la fu­ga.

La es­po­sa de Or­lan­do y la abue­li­ta, que­da­ron en shock. Nin­gu­na de las dos po­día cre­er que el mu­cha­cho es­tu­vie­ra muer­to. Los ve­ci­nos fue­ron lle­gan­do a la ca­sa lue­go de que es­cu­cha­ron la de­to­na­cio­nes y lla­ma­ron por te­lé­fo­no a la ma­má de Or­lan­do y a sus tí­os. La se­ño­ra Yus­ma­ri Va­le­ra, tía de la víc­ti­ma, con­tó que ella es­ta­ba dur­mien­do con su es­po­so cuan­do de pron­to el so­ni­do del ce­lu­lar la des­per­tó. “Mi es­po­so aten­dió y le di­je­ron que en ca­sa de mi ma­má al­go ma­lo ha­bía su­ce­di­do”.

La se­ño­ra Yus­ma­ri se pu­so muy ner­vio­sa, se vis­tió con lo pri­me­ro que en­con­tró y se fue en un ca­rri­to has­ta la ca­sa de su ma­má. Cuan­do lle­gó a la ave­ni­da prin­ci­pal de La Apos­to­le­ña, al oes­te de la ciu­dad fue que su­po que su so­bri­no es­ta­ba muer­to. Un mu­cha­cho tran­qui­lo Nin­gu­no de los miem­bros de la fa­mi­lia de Or­lan­do se ima­gi­nó que es­te jo­ven de 27 años iba a mo­rir de ma­ne­ra vio­len­ta pu­es él era un mu­cha­cho muy tran­qui­lo. “E­se jo­ven lo que ha­cía era tra­ba­jar, te­nía va­rios me­ses con­tra­ta­do en una em­pre­sa de ser­vi­lle­tas en la Zo­na In­dus­trial”, re­cuer­da su tí­a. Él ca­da vez era con­tra­ta­do y cuan­do se le ter­mi­na­ba iba a tra­ba­jar en otras em­pre­sas. Los ve­ci­nos ase­gu­ra­ron que era muy que­ri­do en el sec­tor y que ayu­da­ba a to­dos los ve­ci­nos cuan­do se lo pe­dí­an.

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