Jennifer Orozco | La Prensa.- Después de 39 días de agonía, Wolfang Reinaldo Silva (57) murió víctima de un disparo en la cara que lo hizo sufrir hasta el último día de vida.
Su hijo mayor contó en la morgue de Barquisimeto que Wolfang había ido la mañana del 5 de junio al Cementerio Municipal a arreglar la tumba de su abuela y su pequeña hija que había fallecido recientemente. El señor iban al camposanto seguido luego de que su hijita murió. Pero esa mañana fue diferente. Wolfang andaba solo. Estacionó su vehículo con el que trabajaba de taxista, cerca de la tumba familiar.
Mientras el hombre limpiaba las placas y colocaba las flores, llegaron dos tipos a quitarle el carro. Aparentemente Wolfang se negó al robo y uno de los hampones le propinó un disparo en la cara, en el área maxilar.
Wolfang sacó fuerzas de donde no tenía y con el rostro ensangrentado no le quedó de otra que caminar hasta el Hospital del Seguro Social Pastor Oropeza, porque nadie lo auxilió en el camino.
Tras ingresar al centro hospitalario lo pasaron a UCI de inmediato, para reponer la sangre que había perdido y extraerle el proyectil que se había quedado alojado en la cabeza.
Allí pasó los primeros 11 días y fue dado de alta. Su hijo mayor se lo llevó a El Tocuyo, donde él reside con su familia. Lo cuidaron por algunos días. El hijo contó que lo dieron de alta un jueves y el lunes tuvo que volver a llevarlo al Pastor Oropeza porque la herida le supuraba agua.
Allí fue hospitalizado de nuevo hasta el pasado jueves. Su hijo lo volvió a llevar a El Tocuyo. En todo este tiempo la salud de Wolfang desmejoró notablemente y no se levantaba de la cama. El viernes Wolfang amaneció con dificultades respiratorias y tenia mal olor en la herida. Además tenía principio de escaras que estaban regadas por toda su espalda.
Ya el hombre no comía y siempre perdía sangre por la herida. Fue llevado al Hospital de El Tocuyo, donde falleció el sábado a mediodía. Según el diagnóstico médico, Wolfang hizo una sepsis tras la intervención quirúrgica y nunca pudo recuperarse por completo.
Su hijo contó que Wolfang era de Acarigua, pero que hace muchos años se vino a vivir a Lara con su esposa e hijos. Tras separarse residía solo en la urbanización Rafael Caldera y trabajaba de taxista.
Sus familiares piden justicia pues alegan que era un hombre bueno y trabajador y que su vida se la arrebataron injustamente unos hampones que deben pagar por lo que hicieron.
Es un peligro
Según fuentes policiales, muchas son las denuncias que llegan desde el Cementerio Municipal de Iribarren, sobre que ya no se puede visitar a los fallecidos porque el hampa es el que manda en el recinto.
Cuentan que el camposanto se ha vuelto un nido de malandros. Los robos son diarios y constantes, durante entierros a visitantes y en las partes externas del cementerio.
Trabajadores y familiares piden que algún cuerpo policial se encargue del patrullaje del cementerio, al que además señalan como “abandonado en cuidado y protección”.
En un recorrido por el cementerio se pueden ver tumbas profanadas, a las cuales les llevan desde las urnas hasta las lápidas de metal y mármol que los familiares les colocan. Estos exigen que alguien respondan por el alto índice de criminalidad dentro del camposanto, del cual señalan el alcalde debe encargarse de esta materia.
Wolfang no es la primera víctima fatal dentro del Cementerio Municipal.