LA PRENSA DE LARA.- «Tu salud es tuya, no es del médico, del hospital. Es asumir ese poder, es volver a ser sujetos»
A esto apuntan Ángela (psicóloga y bailarina) y Natalia (bióloga y cocinera), referentes de Cirandas del Sur, una Red de experiencias y saberes que vinculan al arte con la Ciencia y su conexión con saberes ancestrales y populares en salud con sede en Porlamar (Isla Margarita).
Entienden al arte no como se piensa desde occidente: disciplinas con unos saberes marcados por ciertos lenguajes. Reivindican lo artístico desde los saberes ancestrales, populares, no occidentales; saberes más cotidianos, desde lo comunal, desde como las sociedades conviven y no reduciéndolo al «genio creador» en tanto unos «seres superiores» con un «don particular».
Comprenden la relación arte – salud remarcando que es occidente quien las separa arte de salud al medicalizar la segunda, reduciéndola a lo anatómico y a lo fisiológico, negando lo emocional, lo simbólico, objetiviza la salud. «Los otros saberes son negados en su intento colonizador. El chamán es médico, es cura, es artista, es psicólogo: es todo a la vez», remarcan.
Señalan que la medicina convencional «asume el control de tu salud, se apropia, la mercantiliza, construye plusvalía a través de la especialización».
Sobre la relación arte – salud mental amplían «cuando el mundo occidental toma solo el cuerpo físico, deja la salud mental como otra cosa, lo dicotomiza. Es volver a juntarlos. En esas otras culturas no existe esa dicotomía. El mundo mental es cuerpo dándole el protagonismo a lo que se ha dejado de lado. Por eso yo te decía: si quieres entender la salud mental de los pueblos venezolanos, metete a las fiestas populares».
«Si vas con la racionalidad occidental, no entiendes nada»
Discutiendo la cuestión colonial Betty (66, bailadora de culoe’puya) analiza el culto a San Juan de los pueblos afrovenezolanos; inicia señalando que «la vida cotidiana va generando malestares y la fiesta anual se encarga de sanarlos».& ;
Construye la noción de «sacralidades» diferenciándola de espiritualidad (algo que está más allá, donde tenemos que cumplir normas) y de religiosidad (lo organizado) y desarrolla «es lo que la gente cree en el cotidiano y lo crea la misma gente, la gente decide pues».
& ;»¿Quién nos dijo a nosotros que para estar en lo sagrado hay que estar calladito? El cristianismo es la seriedad, la culpa, el pecado: hay que reírse poco, hay que moverse poco, hay que descubrirse poco. Esta es una sacralidad feliz o una felicidad sagrada», enfatiza. «No es cristiano: es afrosacralidad. El momento sagrado es cuando sale de la iglesia y no cuando está dentro. Lo sagrado es la calle y cuando está en las casas».& ;
Explica «la gente se une con el santo, con la tierra, con el cosmos. Son sentiexistentes. Si vas con la racionalidad occidental, no entiendes nada».
«No es simplemente un pocotón de pastillas«
En Barquisimeto visitamos una comunidad evangélica donde radica el Movimiento Cultural Cristiano Caleb. Eseario, Simón, Egra, Erlinda, Henry y Elim nos reciben. Se definen «cristianos, evangélicos, pentecostales, pastores: nunca lo negamos» y también «progresistas, con una teología centrada en la liberación». Dicen que su sensibilidad social y política se funda en que en el mundo pentecostal todo «siempre es pensando en el hermano, en la hermana».
Sobre su experiencia como artistas evangélicos de izquierda cuentan que la iniciaron «tocando la música un poco más rápido, nos dejamos el pelo largo».
«Nos decían que, si nos portábamos mal, nos llevaban a Bárbula»
Con estas 5 experiencias como previa, comparto otra, la de haber vivido 4 días en el Hospital Psiquiátrico de Bárbula (Valencia, Carabobo).& ;
A modo de introducción, cuenta Rosemary (psiquiatra y docente) «Nos decían que, si nos portábamos mal, nos llevaban a Bárbula. Le decían a cualquier niño de Venezuela. Yo no sabía dónde era eso».
Dentro del esfuerzo que hacen quienes allí siguen trabajando en muy duras condiciones, generan, quizás sin mayor conciencia de esto, prácticas de transformación institucional: «llevamos 2 años sin hospitalizar (con el COVID)… llevarte a Bárbula era ‘ir a quedarte'», remarca Rosemary. Hacen esto en medio de las resistencias del personal de enfermería y las presiones y amenazas de los familiares.
Otro aspecto en transformación es el vínculo con la barriada vecina al hospital rompiendo las logias institucionales amuralladas. Anaida es una pastora con mucho trabajo territorial, «paciente» de Tito (médico residente de psiquiatría) entre quienes tejen un trabajo de salud mental comunitaria.
Quizás sin conciencia o hasta sin ganas de hacerlo, se producen hasta en los hospitales psiquiátricos venezolanos, y ni que decir en la sociedad toda, prácticas transformadoras emancipadoras en salud mental sin nombrarse como tales.
Y es que hay algo produciéndose como salud mental en esta Venezuela – bloqueada, entre guerras- que escapa a las categorías de los manuales diagnósticos psiquiátricos. Estas miradas otras se ven, por ejemplo, en lo que Yamile y Rafael (65, artesano y luthier) señalan: «la mayor ‘discapacidad’ es la ‘discapacidad’ del alma: el no saber querer, el no poder querer. Ser mal vecino: esa vaina es una ‘discapacidad'».
Por: Agustín Barúa Caffarena
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