LA PRENSA DE LARA.- Finaliza el año 2021, y la humanidad continua tratando de descifrar como sortear la primera pandemia del siglo XXI, acontecimiento que a nivel mundial ha generado una trasformación abrupta de todas las áreas de la vida humana; desde las actividades más pequeñas, individuales y cotidianas, hasta los entramados macroeconómicos, políticos y sociales, se han visto sometidos a contingencias inesperadas.& ;
Uno de los aspectos a los que la coyuntura actual nos ha llevado a mirar con particular atención, ha sido el fenómeno de cómo esta ruptura de la cotidianidad y las expectativas de un futuro predecible, inciden en el mundo afectivo de los seres humanos y sus consecuentes efectos en la salud mental individual y colectiva.
Todo inició con contradictorios llamados a la calma ante un nuevo y lejano virus que por razones diversas nunca nos alcanzaría y su contraparte apocalíptica que nos alertaba del inminente fin de la humanidad; luego pasamos al consumo frenético de noticias y análisis científicos, escépticos, críticos, alarmistas y conspiranoicos. Y finalmente, casi sin darnos cuenta, nos encontramos inmersos en la movilidad limitada y el confinamiento, con temor al contagio frente a cualquier contacto físico, la incertidumbre sobre el futuro y la angustia general sobre un presente que hasta hacía pocos días no habíamos sido capaces de imaginar.& ;
Hoy, a dos años de aquel inicio inesperado aunque predecible, aquello que en un principio nos incomodaba; el uso de tapabocas, el olor a alcohol, lavarse las manos, los saludos distantes, la aparición de nuevas y más peligrosas variantes del COVID, la muerte de personas conocidas y de familiares víctimas del virus; ya son parte de nuestra cotidianidad.
Pero si a este escenario común a gran parte de la población mundial, agregamos las dificultades materiales que ha padecido la población venezolana en torno al acceso a servicios públicos, alimentación y salud; no es de extrañar que aquella circunstancia que en un principio se vivió con una mezcla de juguetona negación (chistes, memes, etc.), a medida que el tiempo pasaba, derivara en una mezcla de angustia, desasosiego y tristeza, para la cual los sistemas públicos y privados abocados a brindar salud mental a las personas, no tenían respuesta alguna, tal y como los médicos e investigadores no contaban con respuestas eficaces que evitaran la propagación del virus o para la curación de los ya afectados.& ;
Esta coyuntura, ha hecho evidente nuevamente, una característica esencial de las sociedades capitalistas actuales, su habilidad para mantener ocultas las causas reales de los problemas que aquejan a la humanidad, desplazando nuestra atención a la curación-eliminación de los síntomas generados por su propia estructura desigual y explotadora, sea este síntoma un nuevo virus o su efecto sobre la salud mental de la población.& ;
La madeja cuasi infinita de «remedios» para afrontar la angustia, la tristeza, los conflictos intrafamiliares, el aislamiento, nos proponen suprimir de diversas formas, síntomas que se han exacerbado en el presente pero que no son ajenos a un estilo de vida que privilegia la competencia frente a la cooperación, el individuo frente a la colectividad, el consumo desenfrenado ante el consumo racional, la productividad perenne ante el tiempo de ocio y recreación, la explotación de la naturaleza frente a la coexistencia ecológica.
La subjetividades humana y sus padecimientos, no son para nada desestimables, y esta circunstancia lo hace cada vez más evidente. Cuando estos sufrimientos son desestimados por los movimientos sociales y políticos, por las instituciones y sistemas de salud pública; toda clase de «remedios» surgen para ocupar ese lugar, quedando en manos de intereses particulares, privados y comerciales, un aspecto fundamental de la vida de la gente, sus procesos afectivos, sus comportamientos y motivaciones.& ;
Procesos insoslayables para construir alternativas de vida sustentables y saludables, frente a esta nueva realidad que llego para quedarse en una especie de matrimonio por conveniencia, con nuestro viejo e injusto sistema económico mundial, que ya ha mostrado históricamente, sus increíbles dotes para adaptarse a las peores circunstancias, con el propósito de mantener su organización jerárquica desigual e injusta, donde un pequeño porcentaje de la población mundial acapara vacunas y privilegios, mientras las inmensas mayorías buscan a diario como sobrevivir.
Escrito por el Psic. Gerardo Sánchez Ramírez.& ;
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