José Miguel Najul | La Prensa.- Tirados en el asfalto, hurgando en las bolsas de basura, soportando su peso en muletas o en sillas de ruedas llenas de remiendos bajo un sol inclemente o sorteando el peligro del salvaje tráfico del casco urbano de la ciudad; las personas con discapacidad, e incluso los viejitos sin familia conviven con la desesperación, la carestía y la pobreza extrema.
Son pocas las manos que se detienen, en medio de un ajetreo cotidiano proclive al individualismo, a financiarles un desayuno. Son muchas menos las que se disponen a prestarles una ayuda verdadera, en búsqueda de una solución a los problemas estructurales de su vida.
Son cientos los que pasan las noches en el asfalto o en una plaza. Y
sus problemas son tan diversos como las dificultades a las que tienen que sobreponerse para seguir con vida.
En una de las gráficas puede observarse a un par de señores revolviendo un par de desechos. Allí encontraron los restos de una patilla, que comenzaron a engullir sin considerar las posibles consecuencias de salud que podría acarrearles. Al ser abordado, uno de los señores, que prefirió no dar su nombre, comentó que vive en una casa, pero que la crisis económica que atraviesa la nación lo ha hecho pasar largas jornadas sin
llevar nada a su estómago.
Pero no sólo es la coyuntura venezolana la que los afecta. En otra fotografía se ve un hombre, en evidente estado de locura, que caminaba completamente desnudo entre los andenes del Terminal de Pasajeros de Barquisimeto. En lugar de estar en un buen espacio, en donde un tratamiento psiquiátrico podría ayudarlo a sobrellevar su condición mental, y con sus necesidades básicas atendidas, estaba, como los otros dos señores, buscando qué comer.
Los abuelos también padecen en las esquinas. Muchos de ellos prefieren pedir dinero en los semáforos, a la espera de un alma caritativa que les aporte algo. Sin embargo, pocas veces logran recaudar lo suficiente como para poder satisfacer el apetito que, la mayoría de las veces, late en sus entrañas día y noche.