La pobreza arropa cada vez más a los venezolanos e impone barreras para el bienestar de toda la población. Es una sombra que preocupa a especialistas. Los encargados de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), aseguran que la pobreza multidimensional en el país se ubica en un 51,9% de la población.
Se habla de pobreza multidimensional cuando tiene varias desventajas a la vez: mala salud o desnutrición, falta de agua potable o electricidad, mala condición del trabajo o escasa escolaridad. Y de acuerdo con la Encuesta de Condiciones de Vida 2023, las personas más pobres en Venezuela ganan 30 o 35 veces menos que quienes tienen mayores ingresos.
Es una bomba de tiempo por el riesgo de estallido social, con desarrollo más rápido en residencias improvisadas en la periferia del centro de ciudades que exigen mayor esfuerzo en aspectos tan simples, como asegurar el agua potable, limitarse a pocos bombillos o forzados a vivir sin electricidad y hasta movilizarse implica una larga caminata para abordar el transporte público. Se prohíben el cansancio, porque lo asumen como parte de la rutina que les arrebata el bienestar.
Para Yudi Chaudary, doctora en Seguridad Social y docente de la UCV, es difícil tener mediciones de la pobreza, debido a la ausencia del registro oficial. Considera, entre las principales causas, estos últimos 20 años cuando a la mayoría trabajadora no puede mejorar su poder adquisitivo, con un salario estancado en Bs. 130, siendo un equivalente a $3, sin tomar en cuenta las bonificaciones porque son relativas a los beneficios percibidos por cada persona y no inciden en las prestaciones sociales.
«Se necesita equilibrar el camino hacia el bienestar, porque las limitaciones de las condiciones de vida sólo acentúan la desigualdad», indica acerca de la pobreza de venezolanos, cuando faltan políticas públicas que aseguren la eficiencia de los servicios básicos, como electricidad, agua, aseo urbano y salud.
Menciona las dificultades para acceder a una vivienda por políticas habitacionales accesibles y a la mayoría de la población le cuesta adquirir los alimentos y los obliga a «comprar lo que se pueda». La asistencia médica, también depende de la capacidad de respuesta del sistema público de salud, así como el sector educativo que ha sido golpeado en varios sentidos, considerando las condiciones del personal docente, la deserción escolar por los menores forzados a llevar un aporte económico al hogar y alumnos sin rendimiento escolar por la deficiente alimentación y la falta de nutrientes que coarta el desarrollo neurológico del niño.
Propone Chaudary, más allá de la intervención económica, satisfacer la necesidad de políticas públicas que incluyan la planificación familiar para evitar los hogares numerosos que superan hasta los cinco niños, además de los adultos.
«Las clases populares o pobres no han mejorado y lo más grave es el peligro de inducir a los niños a la explotación o prostitución infantil, uso de drogas y demás vicios», lamenta el padre Omar Gutiérrez, miembro de Cáritas en Lara. Alerta que niños, movidos por la pobreza, asumen la responsabilidad que no está vinculada a la infancia o adolescencia. El sacerdote sostiene que urge crear programas sociales para generar fuentes de trabajo para los adultos, que los padres aprendan un oficio para el sustento del hogar.
Se pregunta ¿qué estamos haciendo para evitar la pobreza?, llamando a la reflexión del aporte como sociedad, para dar oportunidades y reincorporar el valor de la dignidad a la población que vive en la miseria. En Cáritas imparten el taller «Proyecto de vida», que motiva a ser productivo y capaz de superar las adversidades, pensar en el futuro y trabajar por la calidad de vida familiar.
Pobreza priva la necesidad
La intensidad del sol se siente más fuerte, carcome la piel al caminar la carretera polvorienta de sectores a pocos metros de la avenida Circunvalación Norte, al noroeste de Barquisimeto. Desde lo lejos, la mayoría de ranchos de zinc, algunos con retazos oxidados porque no tienen recursos para comprar láminas nuevas. Es el retrato de la pobreza, con estas casas construidas sobre terrenos inclinados que son aplanados sobre un relleno de cauchos. Buscan asegurar un techo con la esperanza de pasar a una vivienda de adobe, construida con marcos de madera, tierra, agua y paja.
El sector «Las Cumbres», a casi 20 años de fundado, consta de 304 familias, la mayoría de los vecinos fue habitando hacia arriba y comunicándose por estrechos caminitos, con escalones realizados con escardilla o reforzando con cauchos enterrados para evitar resbalarse. Tienen electricidad, pero es deficiente a 110 voltios, sin soportar una nevera y obligando a sólo encender bombillos por la noche, porque ni siquiera da para las cocinas eléctricas.
El agua sólo les llega los viernes, por lo que deben administrarla al máximo y para tomar el transporte público hacia el centro de la ciudad deben atravesar la avenida Circunvalación y brincar a riesgo los separadores viales de concreto. Además de caminar más de 40 minutos hasta llegar a la parada de San Jacinto.
«No terminamos de acostumbrarnos, porque lo único bonito que tenemos es la amplia vista hacia la ciudad desde acá arriba», dice Ángelo Peraza mirando hacia la urbe. Vive junto a Breximar Arroyo y su hija de 5 años de manera provisional en casa de su cuñada y a pocos metros tienen adelantado las bases de construcción, pero le faltan láminas de zinc para levantar su pieza. Confiesa que empieza a pensar en regresarse a Portuguesa, donde trabajaba la agricultura.
Los primeros siete años de conformados como comunidad no tenían agua y admite Charles Vásquez, jefe de calle del consejo comunal, que les tocaba buscar agua del sector La Cañada. Para el alumbrado ya adelantaron algunos postes, a los cuales instalaron luces LED y les falta el transformador para disfrutar de electricidad adecuada. Las cloacas siguen en solicitud.
Los centros de salud más cercanos son el CDI en San Jacinto y dos ambulatorios. En la Casa de los Abuelos de La Cañada tienen posibilidad de realizar algunos cursos de repostería y barbería.
Lo más difícil para la señora Sofía Rodríguez fue cuando les tocaba cargar agua en la noche o madrugada. Ella podía con dos tobos grandes en cada viaje, pero en la actualidad cree que es una de las consecuencias de las dolencias en sus piernas que le impidieron seguir trabajando de doméstica. Compra hielo y así intenta conservar la comida, porque se le quemó el motor de la nevera hace varios años y no ha podido reponerla, porque la más barata cuesta $300.
Otras 66 familias de «Brisas Peña de Horeb», también a la periferia y al frente del barrio La Peña, atraviesan las mismas penurias e incluso más fuertes, porque no cuentan con electricidad. Les toca ir a diario a cargar sus teléfonos y los bombillos recargables a casa de familiares.
El calor casi asfixia desde las 10:00 a.m. en casa de la señora Yasmín Parra y sus cinco niños ya se «han acostumbrado». Les toca caminar hacia la escuela en La Peña. Ella es ama de casa, a veces tiene ingresos al tejer hamacas y su esposo no tiene un salario fijo porque es caletero.
Su vecina Estefany Meneses, también es ama de casa y cuida a sus hijos de 7 y 5 años, mientras su esposo sale a trabajar manejando su bicicleta hacia el taller donde es mecánico. Le cuesta resignarse a estar sin electricidad, sus hijos sin poder ver televisión y hace todo lo posible por «rendir» el mercado en la feria, donde les alcanza para arroz, pasta, granos, azúcar y café.
Señala la pierna de su hija con cicatriz de sutura y lamenta «esa cortada fue mientras jugaba y tropezó con la tapa de zinc». Es una sola pieza con dos camas pegadas, al extremo la platera, al otro lado la cocina y cerca de la puerta la pipa para almacenar el agua semanal.
La mayoría de estas familias tienen el piso pendiente, así como la fe de poder vivir en mejores condiciones.