Ubicar a padres solteros y dedicados a la crianza exclusiva de sus hijos es como «buscar una aguja en un pajar», más aún en un país, donde la mayoría de las venezolanas son cabezas del hogar. Son hombres que rompen esquemas, al asumir el compromiso y entrega total en ese aprendizaje continuo de la paternidad. No les gusta vanagloriarse por ese doble rol, pero son admirados por asumir con valentía esa responsabilidad y que disfrutan con el corazón repleto de aventuras o complicidades junto a sus retoños.
En este Día del Padre se hace especial mención a quienes —sin importar las circunstancias— no titubearon de disfrutar al máximo todas las etapas de la infancia de sus hijos, tuvieron la paciencia y sabiduría para protegerlos de resentimientos e inseguridades, además de apoyarse en los abuelos paternos para poder mantenerse trabajando. Huir, nunca fue una opción porque sintieron a sus niños como parte de sí mismos, desde que se enteraron de su concepción, tal como lo cuentan Jesús Álvarez, Omar Vizcaya y Segundo Reyes, orgullosos de la dedicación que han tenido para formar a hijos sensibles, independientes y responsables ante la vida.
La historia de Omar Vizcaya se resume entre Enrique Daniel y Omar Eduardo, de 15 y 14 años de edad, siendo un compromiso asumido desde hace una década y teniendo como aliada a la abuela paterna Dalia, a quien por cariño suelen llamar como «Maíta». «En el momento cuando te das cuenta que debes avanzar solo y que los hijos dependen solamente de ti, desde allí surge como un juramento», dice, admitiendo que la primera reacción es de temor o nervios, reconociendo este compromiso tan definitivo de no abandonar a sus hijos. Pero nunca perdió la fe, ni dudó de su amor, a sabiendas de lo mucho que sus hijos lo necesitaban.
Ellos no vienen al mundo por un hecho fortuito y tienen todo el derecho a la protección de sus padres, lo cual siempre fue entendido por Vizcaya, quien se desempeñó durante varios años descargando mercancía en establecimientos comerciales (caletero) y actualmente continúa en el centro de Barquisimeto, pero como mototaxista en la parada de la avenida 20 con calle 35.
La comunicación y la crianza sin violencia, es lo que aplica Vizcaya, siempre intentando que sus hijos crezcan sin resentimientos. El respeto fue otro de los pilares, sin dar pie a confusiones de juegos que terminen en violencia, entendiendo que la educación académica es el refuerzo de la formación recibida del hogar.
A pesar del agotamiento físico del trabajo, siempre los ayudaba a repasar las lecciones de los sonidos iniciales para aprender a leer, tener la paciencia para que se aprendieran los números y las operaciones básicas. Nunca faltó la insistencia de las normas de cortesía.
La disciplina también fue inculcada a Enrique y Omar, empezando por ser buenos estudiantes y sin necesidad de obligarlos a cumplir con sus obligaciones escolares. El castigo que tiene más dolor para ellos es la restricción del teléfono celular, hasta por dos días.
«¡Mi entrega ha sido desde que me enteré que vendría a este mundo!», exclama el periodista y docente universitario, Jesús Álvarez, orgulloso de su primogénito Jesús Enrique, de nueve años de edad y a quien asumió de lleno desde sus tres añitos. Señala que los sacrificios no han sido como una carga, sino colmados de amor, en función de que pueda tener calidad de vida. «Que sea mejor que yo, en amor, sentimientos, valores y conocimientos», dice. No existe «un después», siempre estará al 100% para Jesús Enrique, a quien le dio su primer baño y le llegó a lavar pañales de tela, por escasez de desechables que hubo en el país.
Confiesa que sus padres Mery Ollarves y Jesús Álvarez, también lo apoyan en los momentos que está trabajando. Pero se ha disfrutado hasta los trabajos de manualidades asignados en la escuela, porque hasta aprendió a elaborar disfraces, que aún no siendo perfectos, Jesús Enrique siente el orgullo de contar con la ayuda de su papá.
Considera como inolvidable esas maravillosas etapas infantiles cuando se creía percusionista y transformaba ollas en tambores, también aprendió sobre dinosaurios, jugaba a armar con legos y hasta drenaban energías jugando con la pelota, que actualmente disfruta con el fútbol, como disciplina deportiva. Las reglas siempre han estado claras, en primer lugar las asignaciones escolares, luego deportes y finalmente, poco tiempo para dedicarlo a jugar en el teléfono celular.
Espera que su hijo sea independiente, por lo que ya sabe preparar arepas y freír tortilla, con la debida supervisión de un adulto y conociendo todas las indicaciones desde cómo colocar el sartén, así como las previsiones del uso de la cocina. «Un día me sorprendió, porque me sentía mal debido a la fiebre y me preguntó: ¿Te hago cena?, pues pensé sólo rellenaría pan con jamón y queso. Pero me preparó una arepita con salchichas y huevos revueltos», dice orgulloso.
Se complace porque está cumpliendo con su rol, teniendo a un hijo sociable, que expresa sus sentimientos y que le encanta compartir paseos durante los fines de semana. Su vida gira en torno a Jesús Enrique.
No se trata de exponerlo, sino que aprenda a resolver situaciones elementales, si en algún momento llega a quedar solo. Dicha seguridad, también se traduce en que sea un buen hombre, consciente de los aportes que puede dar a la familia.
«Un desafío constante y una fuente inagotable de alegría, orgullo y aprendizaje», así define el señor Segundo Reyes, su entrega como padre de Yerald, a quien crió de lleno desde los tres años de edad, enseñándolo a ser más fuerte, organizado, paciente y «ver al mundo a través de los ojos de un niño». Siempre estuvo preparado para darle lo mejor a su primogénito.
Tuvo la dicha de contar con el apoyo de sus padres, María Belén y Ernesto, quienes lo cuidaban en esos momentos en que debía permanecer fuera de casa, debido a su trabajo como chofer, cargando equipo y maquinarias hacia las minas.
Recuerda que los episodios de mayor preocupación fueron las noches de desvelo por fiebre o alguna otra enfermedad. Eran las horas más largas y con las oraciones por su pronta recuperación. Mientras los momentos más decisivos era al ayudarlo y acompañarlo en las defensas de sus proyectos escolares, con el orgullo de verlo avanzar con la responsabilidad de sus asignaciones académicas.
Los valores que aprendió Yerald fueron el respeto, honestidad y responsabilidad. Siempre le enseñó a asumir las consecuencias de sus actos y ayudar a quienes más lo necesiten. La madurez también estuvo de manifiesto en su vida universitaria y graduarse en Ingeniería Eléctrica. «Estoy muy orgulloso de su desarrollo personal y profesional», indica amando a su hijo que creció como un hombre inteligente, trabajador, valiente, amable y le dio la dicha de convertirlo en abuelo.
Estos padres demuestran esas excepciones, que apuestan a una vida mejor para sus hijos y siempre estar de apoyo, independientemente de que ya sean adultos.
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