Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- Ver un grupo de venezolanos, prácticamente en condición de calle en un país vecino, es conmovedor y más aún que se conformen sólo con «comer mejor» sin tener un techo fijo. Esa situación la atraviesan los criollos que salieron de manera forzada del país en busca de mejores condiciones de vida. Un éxodo que muestra lo más dramático de la consecuencia del hambre, como la base de esa migración que marca la reducción de población a 28,7 millones en 5 años, aún cuando la cifra contrasta con las presentadas por el Instituto Nacional de Estadísticas, que ubica a la población del país en 32.605.423 habitantes.
Las cifras fueron reveladas por un estudio de Encovi de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), el cual desnuda los riesgos de más de 5 millones de migrantes con tanta desesperación, que ni siquiera les dio tiempo del análisis de probabilidades y pueden terminar en países con economías también golpeadas, pero que aun así les permite degustar un plato de comida bien resuelto, lo que es un respiro, cuando en Venezuela la carne, embutidos y la mayoría de los artículos de la canasta básica son un lujo frente a un salario que ni siquiera es el equivalente a $2 al mes.
El cóctel termina siendo hasta efervescente con una mezcla que reitera la sombra de la mortalidad, de esa violencia que terminó de ahuyentar tantas esperanzas. Es un vaivén radicado desde la pérdida de personas en edad productiva e incluso una mayoría que no supera los 25 años, quienes han caído ante la presunta resistencia a la autoridad y enfrentamiento ante funcionarios. La caída al fondo, también la representa esa sobrevivencia y las esperanzas de vida, cada vez más cortas en la colectividad sin la alimentación adecuada ni la respuesta del sistema de salud pública, que estaba en emergencia y con la pandemia terminó de complicarse.
Para Leonor Peña, especialista en migración, el éxodo se desbordó desde 2017 a 2019, teniendo mayor incidencia con la pandemia. «La peor violencia es el hambre», dice al lamentar esa cifra de quienes tuvieron que escapar de la pobreza extrema que pega en el estómago y la desesperación de llegar a la preocupación diaria, al no tener la seguridad del pan del día.
Los testimonios los ha tenido de cerca en Colombia, con grupos de criollos que terminan pernoctando en la intemperie, sin domicilio fijo y resignados a sólo tener comida. Ellos que pueden probar carne o pollo a diario, cuando en Venezuela les costaba para comprar los víveres y ni pensar de caer en una emergencia médica, porque no hay la capacidad de ahorro.
Es ver por varias calles de Colombia a mujeres que venden caramelos, dulces o cualquier mercancía que las mantiene en recorridos itinerantes. Ingreso por reventa que podría tener una ganancia de cinco mil pesos y que con el acumulado de limosnas puede llegarse hasta los 10 mil pesos en Pamplona, al norte de Santander. «Algunos hasta nos pueden ayudar con la comida y el resto del dinero comprar pañales o cualquier otro complemento de la alimentación de los niños», refiere de ese consuelo de poder resolver con la alimentación.
Una realidad que cubre a familias jóvenes, quienes deben velar por la manutención y protección de sus hijos. Un grueso que representa la ausencia del recurso humano para continuar con el desarrollo de la economía del país, pero que abandona en busca de mejor calidad de vida. Laberinto marcado por la privación de ni siquiera poder llevar un mercado bien surtido y que retumba en esa preocupación al no cubrir las mínimas necesidades básicas.
Tal orden refleja ese escalonado descenso que termina en un angosto embudo para los venezolanos. Las esperanzas de vida terminan prácticamente esfumadas ante la emergencia humanitaria, que tuvo más incidencia por la agresividad del coronavirus. De allí, que el informe de Encovi refleja a esa mayoría vulnerable, de una generación que hasta puede tener menos años de vida, producto de venezolanos que nacen y crecen sorteando la malnutrición, que puede condenarlos a deficiencia en la talla y en el desarrollo cognitivo que puede comprometer su rendimiento escolar.
«Cómo es posible que apenas el 5% pueda darse ciertos lujos y allí se incluye la adquisición de la canasta básica», señala Huniades Urbina, secretario general de la Academia Nacional de Medicina, al lamentar ese resultado de la pobreza generalizada en el país. De allí, que no se tiene la base para garantizar una dieta balanceada más allá del exceso de carbohidratos, tan necesaria desde la gestación del bebé y decisiva en los primeros 5 años de vida, para garantizar el apropiado desarrollo infantil y que termina como un adultos sano. Derecho vital a la salud.
Urbina se traslada al estándar internacional recordado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que debería destinarse mínimo 6% del Producto Interno Bruto (PIB) en las naciones, pero Venezuela apenas llega a la cuarta parte, cuando se conoce que sólo 1,5% es destinado para el sector sanitario. «Lo más grave, es que siendo poco no se invierte en lo debido ni se fijan prioridades», señala al apreciar el deterioro en infraestructura física de centros asistenciales, falta de insumos y hasta déficit de personal por las limitadas condiciones laborales.
Considera que se estaría en un retroceso de unos 40 años, frente a la existencia de sistemas paralelos. A la red tradicional pública de salud, se le suma Barrio Adentro, seguros sociales y hasta aquellas dependencias regionales. Conglomerado difícil de mantener, cuando los pacientes acuden por la atención gratuita y se consiguen con una lista de medicamentos y hasta kits quirúrgicos con la exigencia de los trajes del personal que estará en pabellón. Enfermarse es todo un calvario y así lo demuestran los pacientes crónicos, desde aquellos que no pueden mantener el control diario para controlar la tensión arterial y diabetes.
A ese tema de la salud, también se le suman esos más de 500 mil estudiantes en deserción escolar, marcando la profesionalización que sólo cuenta con 17% de los alumnos universitarios, tal como lo refiere Encovi.
Lara está afectada al 40%, según Luis Arroyo, titular de Colegio de Profesores, ante ese vacío por la migración y el abandono por la necesidad de empezar a trabajar desde lo informal, en apoyo a sus padres. Tal deserción también la sienten desde el personal educativo, con profesionales que apenas pueden llegar a $15 mensual y sin la debida seguridad social.
«Es preferible no estudiar», es el pensamiento más temido, ante la inminente frustración de llegar a ser un profesional sin el reconocimiento de su remuneración.
Se trata del hervidero que consume al venezolano, reduce su población en una huida por una mejor calidad de vida.