Un terremoto de magnitud 8.8 en la península de Kamchatka en Rusia, registrado el 30 de julio, que provocó la erupción de un volcán y activó el riesgo de tsunami en toda la zona costera del Pacífico, deja claro que los fenómenos naturales pueden ocurrir en cualquier momento, son impredecibles. Pero ambientalistas y geógrafos explican que los riesgos que estos eventos ocasionan en territorios poblados sí pueden prevenirse, y los países están obligados a activar medidas para mitigar los desastres.
Aunque Japón está a más de 1.700 km de distancia de Rusia y Estados Unidos, México, Perú, Ecuador, Chile, El Salvador, Costa Rica, Nicaragua y Colombia a más distancia, estos países activaron el miércoles la alerta temprana y evacuaron a sus habitantes de las costas del Pacífico, ante el riesgo de tsunami.
La Península de Kamchatka está en el Cinturón de Fuego del Pacífico, una zona que registra el 90% de toda la actividad sísmica mundial, que tiene cientos de volcanes y que forman un arco que se extiende a 40.232 kilómetros, desde Sudamérica, sigue por la costa Noroeste de Estados Unidos hasta Alaska, y luego baja por Rusia, Japón y el Sureste de Asia hasta Nueva Zelanda.
«El planeta es como un gran rompecabezas, está articulado por placas tectónicas que están en constante movimiento», recordó Jesús Saavedra, geógrafo. Los terremotos se dan cuando se libera energía acumulada durante años o incluso siglos, por el movimiento constante de esas placas tectónicas, y la única certeza que tienen los investigadores es que si una zona ha registrado un sismo en su historia, la posibilidad de que ese evento se repita en un período de tiempo es alta.
«Los eventos naturales se dan todo el tiempo, son los que han ido modelando los continentes, el paisaje, las placas, producto de las erupciones volcánicas, son dinámicas propias del planeta. El problema se da cuando nosotros transformamos un evento natural en un desastre cuando hacemos presencia. Por ejemplo, un terremoto de magnitud 8 en el Desierto de Atacama (Chile), no tiene mayor relevancia porque ahí no habita nadie. Basta que haya gente para que se dé un desastre», comentó Hildebrando Arangú, integrante de la plataforma de docentes de Derecho Ambiental para América Latina y el Caribe de Naciones Unidas.
En tal sentido, si un terremoto se da en una zona donde se construyó infraestructura, sin tomar en cuenta la arquitectura antisísmica o sin haber desarrollado planes de microzonificación sísmica para la planificación urbana, la probabilidad de que los edificios y casas colapsen y de que el número de muertos y heridos sea mayor, son muy elevadas.
«En el caso de la lluvia, se da cuando se cumple un ciclo hidrológico: el agua se evapora, sube a la atmósfera y cae. Pero cuando esa agua en la superficie terrestre se encuentra con un suelo desnudo, que antes era un bosque y ha sido devastado, desforestado, quemado por la intervención humana, ahí ocurre un desastre natural porque la lluvia choca con un suelo desprotegido, arrastra toda la capa orgánica, los sedimentos superficiales y provoca desde la colmatación de los embalses, por ejemplo, hasta grandes inundaciones», acotó Arangú.
De acuerdo con el Informe GAR 2025, de Evaluación Global sobre la Reducción del Riesgo de Desastres, que elabora Naciones Unidas, los costos globales que han dejado los desastres naturales anualmente superan los 2.3 billones de dólares. Se han intensificado, porque los de 1970 y 2000 promediaron entre 70 mil y $80 mil millones al año.
«Invertir en la reducción del riesgo de desastres ahorra dinero, salva vidas y sienta las bases para un futuro seguro y próspero», señaló Antonio Guterres, secretario General de la ONU para este informe.
Desde 2023, la Organización Meteorológica Mundial (OMM), ha advertido que el cambio climático está impulsando los riesgos de desastres naturales. Si la temperatura media anual global llega a superar 1.5 °C, se proyectan tormentas más devastadoras que podrían ocurrir con más frecuencia.
Científicos han dejado claro que las sequías extremas podrían duplicarse en menos de 80 años. Las precipitaciones diarias pueden intensificarse en aproximadamente un 7% si la temperatura aumenta. El estrés térmico provocado por el calor y la humedad podría afectar anualmente a 1.200 millones de personas en 2100. Para 2050, existirán más mosquitos que transmitan enfermedades vectoriales, como la malaria. Proyectan que el nivel del mar aumentaría provocando más inundaciones para 2030 y la temporada de incendios forestales podría ser más larga en áreas ya expuestas.
Por eso, desde que fue firmado por 175 países el Acuerdo de París en 2016, promovido por Naciones Unidas, han instado a los Estados a trabajar e invertir para limitar el aumento de la temperatura global y hacer que las poblaciones se adapten a los impactos del cambio climático.
«Hoy en día todo es global. Lo que hagamos contra el ambiente, así sea desde el solar de nuestra casa tendrá repercusión mundial. Existe un proverbio chino que dice: el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del planeta», exclamó Freddy Lovera, ecologista.
Señala que ya en Venezuela los patrones de lluvia se han vuelto muy variables, eso está distorsionando las temporadas agrícolas para cultivar cereales y hortalizas. Hay zonas como el estado Portuguesa, donde las lluvias se han retrasado varios días en el ciclo de invierno, generando gran incertidumbre para los productores o hay días en los que se registran lluvias intensas que han provocado serias inundaciones y daños a plantaciones.
«El estado Lara también registra un incremento de la temperatura. En años anteriores, Barquisimeto se caracterizaba por tener una temperatura entre 28 y 30 grados», refirió. En meses de agosto y septiembre de 2024 hubo días en los que se registró un récord de temperatura que llegó a 34.8 grados centígrados, y en octubre hubo temperaturas de 36.3 grados centígrados en los que prevaleció la intensidad a lo largo de todo un día.
Lovera argumenta que la única manera de revertir los efectos del calentamiento global es sembrando más árboles en los bosques, en las cuencas de los ríos para cuidar el agua y reducir las islas de calor en las ciudades, arborizando las aceras, las terrazas de los edificios, aumentando la creación de parques y bosques urbanos. Para que todo eso repercuta en mejorar la calidad del aire, la salud física y mental de las personas, así como disminuir los niveles de estrés y ansiedad en la población.
«Hay ciudades del mundo como Guayaquil, en Ecuador, que trabajan para crear corredores verdes. Buscan romper el concreto para desarrollar corredores biológicos que permitan la movilidad de especies y el acceso a espacios naturales. Eso contribuye a disminuir la incidencia de islas de calor urbanas. Además, la alcaldía da incentivos fiscales, económicos, a aquellas personas que tengan un árbol en su casa y lo cuiden», mencionó.
Argumenta que una manera de contrarrestar los efectos de las altas temperaturas es que los productores apliquen la agricultura regenerativa, en la que se preocupen por la salud de los suelos y disminuyan el uso de insumos sintéticos.
Freddy Lovera, ecologista, sostiene que en Venezuela se deben fortalecer los sistemas de alerta temprana ante los fenómenos naturales y argumenta que en las inundaciones que a mediados de junio se registraron en el estado Mérida, en Portuguesa y en zonas del estado Lara, como Sanare, municipio Andrés Eloy Blanco y El Tocuyo, municipio Morán, pudieran haberse disminuido los desastres si los parques nacionales no hubiesen sido intervenidos por la deforestación y la aplicación de prácticas agrícolas sin sentido ecológico.
«Los efectos del cambio climático han tenido un carácter apocalíptico en todos los países del mundo, pero en Venezuela hay daños que pudieron evitarse porque hay investigaciones científicas que datan de la década de los 40, que ya advertían los riesgos que corría la zona de Mérida que resultó afectada por las precipitaciones recientemente. Hay un libro que data de 1949 escrito por William Vogt, ecólogo y ornitólogo estadounidense, titulado: La Población de Venezuela y sus Recursos Naturales, en el que hizo un diagnóstico de toda la zona andina del país que comprende los estados: Mérida, Táchira, Trujillo, Barinas y Lara. En el caso de Mérida, él decía que la agricultura y la manera en cómo se construyeron los poblados y urbanizaciones, estaban devastando los ríos», manifestó.
Sostiene que ese daño a los ríos de Venezuela se da por la poca atención que han tenido las cuencas hidrográficas y la extracción de las especies naturales. «Eso es lo que está provocando la escasez de agua potable y ocasionando la crecida de quebradas cuando llueve», explica.
Alegó que los ríos deben ser canalizados con vegetación y no con concreto, para promover una gestión sostenible. Defiende la idea de que para que las ciudades tengan agua, el problema no se resuelve con la construcción de nuevas represas, sino con proteger las cuencas hidrográficas afectadas con vegetación.
En el caso de Lara, señaló, que se debe trabajar en una política ambiental que permita proteger el semiárido que ha sido intervenido por la deforestación para la comercialización y explotación del carbón. Aunque los daños ambientales son irreversibles, una manera de actuar para su recuperación es reforestando con árboles de follaje abundante, que resistan las altas temperaturas del clima semiárido.
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