EFE | LA PRENSA.- Félix Salcedo, de 38 años, perdió parte de su brazo izquierdo manipulando explosivos cuando era guerrillero de las FARC, pero esta discapacidad no le impide fumigar con su brazo derecho un campo de piñas que, desde hace pocos meses, se ha convertido en su empleo y nuevo hogar.
Salcedo es uno de los 250 miembros de las FARC que trata de aprender un oficio en el caserío de Agua Bonita, uno de los 26 asentamientos creados por el Gobierno para que los desmovilizados se reincorporen a la vida civil tras el abandono de las armas.
El nuevo «pueblo», bautizado como «Héctor Ramírez» en homenaje a un guerrillero, es uno de los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR) que sustituyen a las denominadas zonas veredales transitorias de normalización (ZVTN) donde a comienzos de año se reunieron los miembros de las FARC para dejar las armas.
Entre montañas y quebradas, la urbanización, que se encuentra en la zona rural de La Montañita, a 35 kilómetros de Florencia, capital del departamento del Caquetá, consta de 60 casas, construidas con placas compuestas de una mezcla de cemento y celulosa.
Salcedo trabaja en el principal proyecto económico del asentamiento, el cultivo de piña, y otros compañeros suyos, como Gloria Mora, también aprenden a plantar yuca, plátanos y tomates en las fértiles tierras del Caquetá.
«Algunos que están aquí ya eran agricultores, yo vengo de ciudad. Ahora empezamos una nueva vida y estamos aprendiendo agricultura», afirma la exguerrillera que durante 22 años fue enfermera en los frentes 48, 32 y 15 de las FARC.
Además del trabajo agrario, el campamento ofrece oportunidades de aprendizaje en ebanistería, zapatería y piscicultura, entre otras actividades.
Para ello, los desmovilizados cuentan con el apoyo de distintas instituciones del Estado e, incluso, con la ayuda de particulares. Este es el caso de Richard Camelo, un joven de Pereira, en la zona cafetera del centro del país, que imparte clases de carpintería a los exguerrilleros.
«No pertenezco a ningún grupo armado, soy instructor de los muchachos. Creo en el cambio, en su voluntad, creo en una nueva Colombia en paz», responde tajante cuando se le pregunta por su decidido altruismo.
«Ellos vienen desde las cinco de la mañana a las cinco de la tarde. Quieren enfocarse en una empresa y ese emprender es lo que me motiva. Es el mejor personal que se puede contratar», añade. Uno de sus alumnos, conocido con el alias de «El Paisa», llevaba 18 años en las FARC y espera que sus nuevos conocimientos de ebanistería le permitan ganarse la vida, «trabajando en comunidad».
Junto a la actividad productiva, la colonia cuenta también con áreas de educación con cinco aulas en el lado izquierdo del poblado. Allí, desde finales de agosto, Rosa María Betancurt imparte clases de alfabetización para adultos a 15 alumnos «con ganas de aprender».
Mientras dibuja un gran mapa de Colombia en una de las paredes de la clase, explica que se siente feliz educando a los antiguos guerrilleros ya que, según afirma, son muy colaboradores y trabajadores.
«Para mí, lo más importante es que aprendan a escribir bien, tengan buena ortografía y buena caligrafía… y si algún día quieren ser políticos, deben aprender a escribir y a leer», declara sonriente.
También en el lado cultural, cerca de las plantaciones de plátano, el asentamiento cuenta desde hace una semana con una biblioteca pública con más 3.500 volúmenes, que recibe el nombre de Alfonso Cano, que fue máximo líder de las FARC.
Pintada en su todo su exterior con personajes «farianos», la casita que alberga la sala cultural está coordinada por Carlos Andrés Adrada, un joven estudiante que dejó la Universidad del Valle para participar en organizaciones cercanas a las FARC.
Pese al buen número de volúmenes con carga política, como estatutos de las FARC, biografía de los fundadores, etc., los textos escolares constituyen la mayoría de los préstamos que hacen a los niños de las escuelas cercanas al campamento.
Este detalle, que muestra un interés más didáctico que ideológico en los nuevos tiempos, puede ser, como dice Félix Salcedo, parte del esfuerzo que los desmovilizados hacen por integrarse en la vida civil. Salcedo, que sigue fumigando el campo de piñas bajo un sol de justicia, confía en la unidad con sus compañeros para alejar las armas y seguir buscando la paz, un nuevo futuro.