Luis F. Colmenárez | LA PRENSA DE LARA.- Los años dorados se ven opacados. En medio de las calles de tierra que conforman la comunidad de Vista Hermosa, al noreste de Barquisimeto, resalta un humilde ranchito de múltiples colores. En su interior alberga a una pequeña y humilde familia que integran la señora María Emilia Salcedo, de 89 años, y sus dos hijos, Darío y Luis, de 66 y 60 años, respectivamente.
Este reducido núcleo familiar es oriundo de Valencia, estado Carabobo. Relatan que se trasladaron a Barquisimeto hace seis años, motivados por la pérdida de todos sus familiares.
«Nos quedamos sin nadie y bueno, ya todos somos señores de la tercera edad. Creímos que como en Carabobo nadie nos tendía la mano con ayudas, posiblemente en Lara fuese diferente», explica Luis. Su madre, la señora María, sostiene pocas conversaciones, ya que con el paso de los años su audición ha ido mermando.
Exponen que decidieron vender su casa de toda la vida para mudarse a la ciudad crepuscular y comprar el colorido ranchito que hoy día poseen y llaman hogar.
«Desde que llegamos acá esperamos ser vistos por alguien que nos tienda la mano», expone Luis, mientras enumera los diferentes problemas de salud que los aquejan y que ameritan ser atendidos.
Dice que si bien es el más joven de la familia, se encuentra atado de manos, pues está incapacitado por problemas en sus ojos y no puede ejercer ningún tipo de trabajo.
«Yo estoy embromado, de hecho los doctores que nos examinan dicen que mi mamá está mucho mejor».
En el caso de la señora María, necesita medicamentos para atender hipertensión, problemas cardíacos y de tiroides.
Comentan que a diario acuden a una «Casa de los Abuelos» que está cercana para ser alimentados. Allí, además les ofrecen atención médica y les surten una que otra medicina.
En su interior, las paredes de zinc los resguardan del frío y les permite tener un sitio donde descansar. Sin embargo, sus condiciones no son las mejores.
Una numerosa cantidad de imágenes religiosas representan la fe y las peticiones que constantemente hacen.
Los remiendos se ven en todas partes. Es tanto el daño, que la pared que divide la sala del cuarto está al borde del colapso.
«Esas grietas están acabando con todo, me da miedo dormir porque puede caer sobre mi cama», dice María.