Osman Rojas | LA PRENSA.- El placer de contar historias quedó suspendido en el tiempo. Llegar a una protesta a tiempo, cubrir una rueda de prensa o montar un trabajo especial ya no le preocupa pues sólo debe velar porque la pared quede derecha y los materiales alcancen para culminar la obra.
“Cambié la libreta por el concreto y la computadora por el martillo”, dice Ignacio Martínez, licenciado en Comunicación Social, que, desde hace poco más de seis meses, trabaja como albañil en el centro de Medellín. “No me arrepiento de lo que hice porque mi familia tiene que comer”, argumenta el joven de 25 años que en Venezuela trabajó para un medio impreso en Valencia.
Martínez sólo pudo ejercer su carrera durante un par de años pues la crisis le obligó a buscar otro país y otro oficio. “El periodismo es una carrera romántica pero eso no te dará de comer. En Venezuela había noches en las que me acostaba sin cenar. El título no sirve de nada en esos momentos”, dice con pasmosa sinceridad.
Al sur de Colombia está la Argentina. El país gaucho es conocido por ser tierra de futbolistas memorables y desde hace poco más de cuatro meses es el hogar de Manuel Carrasquero, médico internista que salió de Barquisimeto rumbo a la pequeña provincia de Mendoza.
El especialista se mudó allí con su hermana menor y al no concretar rápido una oferta de trabajo se puso a manejar el taxi de su cuñado para poder aportar un poco de dinero a la casa. “No quiero ser una carga y mal que bien con esto puedo mandar un poco de dinero a mis padres”, comenta a través de WhatsApp.
Carrasquero perdió la vergüenza y se olvidó de sus años de universidad. Se dio a la tarea de memorizar cada calle para poder ejercer dignamente como taxista y sin darle más vueltas salió al ruedo para convertirse (quizás) en el chofer con mayor preparación que hay en toda la Argentina.
“Cuando mi hermana me llamó lo pensé mucho porque sabía que iba a ser difícil. La verdad me siento contento porque sé con lo que gano puedo ayudar a mis padres”, dice el joven. Al ser consultado sobre sus opciones de volver a Venezuela para ejercer la medicina es tajante. “Algún día lo haré pero por ahora mi hermana es la única paciente que veo”, concluye.
Las historias narradas anteriormente son parte del día a día de los profesionales en Venezuela. La falta de oportunidades, la marcada escasez y la galopante inflación ha convertido a la tierra de Bolívar en un lugar infértil para el desarrollo de cerebros.
Según las estadísticas que manejan las casas gremiales en el estado unos siete mil profesionales han dejado el suelo larense en los últimos dos años. Enfermeras (mil 833) e ingenieros (mil 713) son los que más han migrado.
“Nuestros profesionales están desempleados o lo que ganan no les alcanza para vivir. Todo el mundo tiene a un familiar en el extranjero que le dice lo bien que le va afuera y eso más temprano que tarde termina pesando. Nosotros recibimos por lo menos 15 solicitudes de papeles por semana”, comentó Damian López, presidente del Colegio de Ingenieros en el estado.
López confirma que, la necesidad de las personas, hace que el extranjero esté lleno de profesionales que hacen cosas que en Venezuela no se imaginaron hacer.
María Eugenia Durán, ingeniera en Seguridad Industrial, es prueba de ello. Tiene 24 años y está en Perú desde hace ocho meses. Se fue sin conocer a nadie y dejó su trabajo en Mailorca (empresa de metales) para trabajar como doméstica en el país inca. “Mi mamá llora cuando le digo que lavé un baño pero eso no importa. Mensualmente le mando dinero a mi mamá y con eso ella come. Creo, sin lugar a dudas, que fue una buena decisión”, comenta desde el extranjero.