viernes, 29 noviembre 2024
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Plazas se convierten en casas de indigentes 

Leonellas Díaz | LA PRENSA.- Duermen en las plazas compartiendo cobijas, se bañan con agua que con­siguen en tanques o gri­fos, comen de las sobras que deja la gente o, sim­plemente, porque un co­razón noble se apiadó de estos desamparados y les obsequia algo de comer.

Familias sin un techo propio o que no tienen cómo pagar un alquiler proliferan en las calles, muchos con niños en brazos, personas de la tercera edad que han sido
lanzadas a la calle, han hecho de las plazas y si­tios públicos su hogar.

Tal es el caso de Luisa­na, una abuelita de 75 años e contextura delga­da, piel bronceada, mira­da perdida, y sonrisa ino­cente que tiene cinco me­ses en este estado de carencia de medios para poder satisfacer sus ne­cesidades de alimenta­ción y de vestuario. Dice que vive en el Hospital Universitario Antonio María Pineda (Huamp), aunque le gusta caminar de vez en cuando y tomar su siesta en la plaza La Mora por considerarlo un lugar más tranquilo.

Cuenta que pide para comer y para poder so­brevivir. Además asegura que tuvo que vender su casa en la que vivía junto a sus dos hijos, debido a que el mayor perdió la ra­zón y tuvo que internar­lo, con todo el dolor de su alma, en el Hospital Psi­quiátrico El Pampero, al norte de Barquisimeto, porque de no hacerlo, su hijo iba a acabar con su vida y la de su hijo me­nor, quien tuvo que irse a vivir a Colombia y dejarla abandonada ante la dra­mática situación.

Así como la historia de Luisana, existe un sinfín de casos sobre la indi­gencia en la ciudad. Hay familias que tienen su vi­vienda en plazas públi­cas, como las que están ubicadas en la urbaniza­ción La Estación y Los Ilustres, en la avenida Vargas, donde los indi­gentes piden dinero o co­mida para poder sobre­llevar su vida.

Se guarecen del tiempo atmosférico como pue­den; dentro de una igle­sia, como por ejemplo lo hace “Cheo”, con tal de que la lluvia no lo alcan­ce, al tiempo que manio­bra para apaciguar los so­nidos discordantes pro­venientes desde su estómago y que a lo largo del día, a donde quiera que arriman sus huellas, lo atormenta recordándo­le la necesidad de comer.

La carencia es el común denominador de estos ci­tadinos que por diversas razones han caído en la desgracia de tener que pasar sus noches dur­miendo en el banco de una plaza de esta locali­dad, donde irónicamente lo único lindo es quedar­se dormido mientras ven las estrellas que fungen como su techo.

Algunos de ellos dicen no querer ayuda de go­bernadores ni alcaldes ni de otra autoridad.

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