Durante la década de 1970, habitantes del suroeste de Barquisimeto se estremecían al recordar las andanzas de «El ceretón de Bella Vista», y pensaban en la posibilidad de ser víctimas de este espectro, una aparición maligna que pretendía enloquecerlos, era el temor permanente de las familias. Se trataba de un espíritu burlón, producto de la hechicería que atormentaba a quienes consideraba enemigos y especialmente, a aquellas personas objeto de celos o de venganza por motivos amorosos.
Episodios cargados de angustia vivieron varias familias, cuyos integrantes sentían una presencia maligna y decían que no se trataba de un duende, sino de una persona que se les aparecía como un espectro y podía transformarse en un animal deformado, aunque en algunos casos se volvía invisible, pero las víctimas lo podían sentir como si se tratara del alma de un muerto. Un ambiente sepulcral y confuso. No se imaginaban las intenciones del aparecido.
Menciona el cronista Ramón Torín, que el «ceretón» era más común que se sintiera en zonas rurales, donde los poderes oscuros de la brujería permitían que a una persona se le «incorporara» cualquier espíritu en forma de animal (preferiblemente un pájaro inmenso, zamuro, perro o simio) y empezaba a fastidiar, merodeando la casa o determinado sitio, buscando que esa persona o sus parientes se sintieran tan perturbados que desearan abandonar ese lugar.
Varios adultos mayores dijeron al cronista que este espectro es parte de la magia negra materializada, en la que el interesado en ser poseído debe hacer el ritual desnudo y la única manera de detenerlo es ubicando su ropa y amenazarlo para que cuente la verdad, para que revele quién le encargó hacer el mal a otra persona. Y al final, termina cediendo, porque el hechizo sólo permanece al mantenerse desnudo.
«Si tú le consigues la ropa, lo dominas», repetían, pero era una tarea casi imposible, debido a la reacción inmediata de miedo que impide pensar en planificar una especie de encerrona. Sólo se le podía vencer teniéndolo acorralado, y con valentía encararlo y preguntarle ¿quién te ha enviado? o ¿quién es la persona interesada en hacerme daño?.
Torín menciona a una familia que se armó de coraje, cansados de escuchar tanta bulla en la cocina, cuando a medianoche empezaba el desastre. El silencio del descanso se interrumpía por el ruido de utensilios que caían en el piso, parecía como si algún roedor estuviera merodeando. Pero se asomaban y encontraban un tétrico escenario, lleno de energías negativas.
Así pasaron varias noches seguidas, en las que ese hogar se transformaba en casa del terror. Estaban tan cansados, que un día se pusieron de acuerdo y los adultos se reunieron en la habitación cercana a la cocina para asomarse y enfrentar al «ceretón». No hacían ruido para que no se diera cuenta, simulaban que estaban durmiendo.
Cerca de la medianoche, sintieron cómo un peso cayó de la nada, porque el sonido no vino de las puertas ni ventanas y menos aún del techo. Ya lo tenían adentro de la casa y sentían que les faltaba el aire. Nadie gritó y sólo esperaban que hiciera «rubieras», porque acostumbraba a hacer un desorden.
Estaban en el momento de máxima tensión, cuando sintieron que saltó hacia la media pared que dividía la cocina de la sala. Todos sincronizados se asomaron y vieron a un mono en cuclillas. El jefe de la familia se le acercó y empezó a insultarlo, era un reclamo desesperado para que dejara de molestarlo. Pero la mirada del «ceretón» era de un odio que quemaba como llamaradas. Además, escupió al señor, la saliva espesa corrió por su pecho y a esa misma velocidad se fue desvaneciendo.
Recuerda Torín, que la madre del jefe de familia fue más osada y en lugar de quedarse con el grupo, empezó a buscar la ropa de ese espectro. Regresó a la sala y vio a su hijo desmayado, de inmediato le gritó: «Te tengo la ropa!», respiró profundo y continuó: «Sólo te la devuelvo si me dices, quién te mandó. El ceretón sintió esa amenaza y le gritó: «Está a media cuadra y se irá mañana». La señora cumplió su palabra y le dijo en donde podía conseguir su ropa.
Pocos entendieron, sólo el señor afectado, quien se callaba el posible trasfondo de lo ocurrido. Su madre no se quedó tranquila y al día siguiente, desde temprano sacó una silla de madera y se sentó al frente de su casa.
Estuvo pendiente del mínimo movimiento en la cuadra y cuando habían pasado varias horas, vio que a unas dos casas se estacionó un carro y la vecina salió con sus maletas. Antes de subirse al automóvil, la mujer volteó hacia la familia afectada y miró con rabia, al no poder cumplir su cometido, de «hacerle la vida imposible» a su amor prohibido.
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