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Madre de gemelas teme que se mueran por desnutrición

Joelis Sosa Alvarado | LA PRENSA.- Con teteros de cambur las mantienen durante el día. Sentadas en un mu­ro de la Alcaldía de Iriba­rren se encuentran Yelit­za Durán y Nelyelit To­rres (madre e hija), cada una con las pequeñas Di­liangerlys y Dingerlis en sus brazos, esperando re­cibir alguna ayuda, y mientras conversan se hacen las 12:00 del me­diodía. Sacan de su bolso dos teteros, pero no pre­cisamente es leche lo que le darán a sus pequeñas, sino un concentrado de agua con cambur, que en menos de 10 minutos las gemelas se toman.

Durán, preocupada cuenta que sus nietas presentan un grado de desnutrición crónico, pues tienen un año y sie­te meses de edad y pesan cinco kilos 600 gramos, miden 65 centímetros, el aspecto de su piel es áspero, sus cabellos resecos y están propensas a deca­er en cualquier momento si no son atendidas.

“Me duele ver a mis nie­tas así, no tengo trabajo para poder ayudarlas. De­bemos pedir para poder darles de comer, evito que se enfermen porque se me pueden morir”, ex­plica la abuela, quien se­ñala que se ha visto obli­gada a pasar por casa de los vecinos pidiéndoles dinero para poder ali­mentar a las pequeñas, a quienes hace siete meses les detectaron desnutri­ción.

Cada vez que las llevan al médico les mandan dietas y exámenes, pero no le han realizado nin­guno.

La abuela explica que hasta las han referido a las Fundaciones del niño para que le realicen los chequeos pero ninguna les ha dado respuestas. Las condiciones como vi­ven tampoco son las más óptimas, pues son cuatro tapas de zinc las que las arropa por las noche, duermen en una cunita que en vez de colchón lo que tiene es trapos, coci­nan con una bombona prestada, no tienen neve­ra, su casa que está ubica­da en la comunidad Bri­sas del Turbio parece un desierto; esperan conse­guir trabajo para poder darles la dieta a sus pe­queñas.

La desnutrición no sólo se presenta en niños. María Antonia Román, una mujer de 54 años de edad, pasó de pesar 130 kilos a 55; su estatura es de 1.76. Con su aspecto flácido y reseco asegura que se “esta muriendo de hambre”, asegura comer una sola vez al día o nin­guna, se ayuda vendien­do bambinos que le da solo para comprar pan y huevos, haciendo de este su menú diario.

Esta mujer le dedicó 11 años de su vida a la mili­cia, pero a pesar de ello no ha recibido ninguna ayuda de los entes guber­namentales, afirma que el haber sacado un carnet de discapacidad fue lo que le cerró las puertas, el presentar una hernia en su columna le ha im­pedido trabajar y sigue siendo rechazada a don­de llega.

En Venezuela no hay hambruna; sin embargo, las escalas de desnutri­ción siguen avanzando. Según Cáritas, avanza 1 por ciento al mes.

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Redacción La Prensa de Lara

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