Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- Este martes se respiraba la tristeza, músicos apenas podían hablar desde diversas partes del mundo y lamentaban que se había apagado el canto agudo de la soprano lírica, Cheíta Quintana Spini. Un vacío por la pérdida de una maestra de la música y de la vida misma, admiración por su versatilidad entre lo académico y popular. Ayer partió del mundo terrenal a sus 85 añ;os, pero asumen que persistirá en cada nota musical y en el sentido de pertenencia por su terruñ;o larense porque pudo quedarse en esos países donde se formó, pero siguió aferrada a las raíces de su capital musical.
La humildad fue una de las virtudes que más resaltaba, quienes tuvieron la dicha de aprender y compartir con esta maestra nacida en Sanare. Una personalidad maternal que les inspiraba confianza y como referencia para la preparación musical. Ayer a las 6:00 am se enmudeció el amanecer, porque una complicación posoperatoria le arrebató la vida.
El salón Orquídea de la funeraria Metropolitana se quedó pequeñ;o ante lo grandioso de quien dedicó su vida a la música, formándose en Barquisimeto, Italia, Estados Unidos y Noruega. Su recuerdo es inmediato al hablar de la orquesta Pequeñ;a Mavare, engalanándola como solista con su voz femenina que se entregaba con un canto de fervor en las serenatas a la Divina Pastora. La Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA) fue su segunda casa, donde permaneció por más de 20 añ;os, incluso aún estando jubilada. Para ella, el canto no sabía de tiempos.
Este centimetraje se queda corto para honrar la destacada carrera de Cheíta, así como el duelo no supo de distancia cuando Liubalena González, exdirectora de la Orquesta Mavare, apenas podía hablar desde EE. UU. «Ella es amor por la vida, una transformación de la ópera a la música popular y que hizo inolvidable las serenatas a la Divina Pastora», exclamó conmovida y dichosa por haber tenido de cerca a esa gran maestra de la vida y del canto que llegó a compartir con el gran tenor de Venezuela, Alfredo Sadel.
Carlos Figueredo, director de Cultura de la UCLA, resaltó que con su lírica se consolidó como la voz de la Orquesta Mavare e inició los estudios musicales en esta alma mater, incluso con su comienzo en la orquesta de cámara. Como persona, admira que siempre estaba prestada a la enseñ;anza y al trato cordial, eso fue su carta de presentación.
La nostalgia también invadió al costumbrista Iván Brito, con la retrospectiva que la ubica como alumna de Doralisa Giménez de Medina, además de cofundadora junto a Omar Vásquez de la cátedra de Pedagogía musical infantil. Además de ser madre de Blanca Pulido Quintana, directora de la Licenciatura de Música, así como de Virgilio, Carolina y Marco.
La presencia de Ángel Eduardo Montesinos, quien fue durante 16 añ;os director de la Orquesta Mavare, provocó el llanto fuerte de Blanca Pulido al asociarlo con su madre. «Yo la conocí mucho antes, en 1980, compartí con ella desde ese momento», expresa porque recuerda que era extrañ;o el concierto que no tuviera su canto como solista.
Hoy sigue el homenaje de su segunda casa, la UCLA y su siembra en los corazones de quienes la conocieron.