Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- Entrar a Quíbor es sucumbir a la curiosidad de sus cárcavas. Un lindero de la avenida Rotaria con una vegetación xerófila entre las sombras de cujíes y la advertencia de las espinas de los cactus, con la caída de la barba de palo. Desnuda un suelo entre las grietas por la erosión y traslada a esos lugares donde vivieron principalmente gayones y arawacos con hasta dos mil años de antigüedad. La bondad del clima semiárido favorece al municipio Jiménez, tanto así que la mayoría de su territorio se encuentra sobre cementerios indígenas.
Los rastros de gayones y arawacos siguen siendo de interés en la actualidad por tratarse de aborígenes que estuvieron asentados entre 1.100 AC y 10.000 AC. Resalta sus bríos al desarrollarse desde cacicazgos, bien organizados y dominantes, atentos a la jerarquía respetada entre las descendencias. Era la intervención del cacique como máximo jefe y a quien le debían obedecer sus normas o exigencias en las diversas zonas o comunidades.& ;
La historia queda envuelta en una antología que ocupa a antropólogos, arqueólogos y demás especialistas. Siguen encantados en conocer más a fondo sobre los restos cerámicos, esos de poco color, con incisiones y predominantes en técnicas de punteado o detalles al relieve.& ;
Exaltaban la figura del trípode, que el cronista, Nildo Echegaray, precisa como parte de la identidad aborigen y siendo tan repetitivo en el cementerio Boulevard de Quíbor. Una pieza clave que fue levantada en una redoma a unos seis metros de altura como monumento emblemático con ciertas modificaciones de figura que despide el centro del pueblo e invita a seguir un recorrido hacia Cubiro.
Arqueólogos retroceden hasta ocho mil años de antigüedad, a partir de los rastros de la megafauna, cuyas inmensas dimensiones llevan principalmente a megaterio (Megatherium), gliptodonte (Glyptodon) y mastodonte (Mammutidae). Se paralizan ante la grandiosidad de una tierra que acoge restos indígenas, así como algunos cráneos o piezas de fósiles de esos mamíferos gigantes.& ;
Son comentarios que llevan a imaginarse a esos mamíferos con más de cuatro metros de altura y podían pesar hasta seis toneladas. De hecho, la imagen de los megaterios son más familiares y se asocian por su parecido a un perezoso gigante que no sólo fueron ubicados en Lara, sino también en Falcón, Cojedes, Zulia y regiones de Los Andes.& ;
Esos precedentes marcan el soporte del interés en Jiménez como tierra fértil de yacimientos arqueológicos. En esta oportunidad retoman las investigaciones luego de cinco años y se concentran en el hallazgo de octubre de 2021 en Playa Bonita, al oeste de Quíbor.& ;
Confirman que ubicaron cinco enterramientos, los cuales pasaron por el proceso de limpieza y clasificación, mientras la fase de identificación les permitirá conocer mayores detalles en esas osamentas humanas, cuya cronología relativa está alrededor de 1800 años de antigüedad.& ;
«¡Allí, las primeras evidencias del poblamiento humano!», exclama la antropóloga, Rubia Vásquez, directora del Museo Antropológico Francisco Tamayo de Quíbor, mencionando ese legado del padre de la arqueología criolla, José María Cruxent con sus primeras excavaciones en Venezuela a principio de 1950. Al poco tiempo, descubren el Cementerio Boulevard de Quíbor en pleno centro del pueblo y desde 1965 a 1975 realizan excavaciones dirigidas por el antropólogo, Adrián Lucena Goyo, discípulo de Cruxent y cuya muestra fue alrededor de 600 esqueletos.& ;
Reconoce los méritos de los estudios de Lucena, quien insistió en las excavaciones. Tuvo un trabajo tan exigente que pocos antropólogos desarrollaron estudios tan complejos como el del Cementerio Boulevard. Además de seguir atento a otros hallazgos en los sitios de interés arqueológico.
Habla de la rigurosidad en los estudios de Playa Bonita asumido por Vásquez y bajo la dirección de la arqueóloga, Ivel Urbina; el antropólogo Luis Rodríguez y los restauradores Liseth Castillo, José
Querales y Ángel Sequera. Además de estudiantes de Antropología de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y de fotografía de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Uneartes), con apoyo de personal obrero para ese abordaje arqueológico. Fue un equipo de aproximadamente 10 a 12 personas abocadas a este reciente hallazgo.
«Todas las parroquias tienen sitios arqueológicos, algunos están dispersos», resalta Vásquez al señalar que se encuentran organizando todos los datos para armar un mapa del municipio y precisar todas las zonas de interés arqueológico entre las ocho parroquias de Jiménez. Sonríe complacida al referir que Lara y Falcón son las entidades con hallazgos de mayor antigüedad en el país y se refleja en su diversa temporalidad de hasta ocho mil años de antigüedad.& ;
No se atreve a mencionar un estimado de todos los hallazgos porque se encuentran en plena organización. Pero asegura que el 60% pasa a la exhibición en el museo antropológico, dependiendo de las condiciones de la osamenta y su resistencia en conservación. Todo es producto del riguroso proceso de investigación, limpieza, clasificación y publicar en alguna revista especializada todo ese proceso científico de la identificación. Especialistas buscan la precisión y confían en la cronología de la prueba de carbono 14, procesada en Estados Unidos.
Memoria esparcida
Al caminar por la plaza Bolívar de Quíbor y acercarse a la iglesia se puede apreciar que quienes se sientan un rato a descansar en el Boulevard Liscano Torres conocen que están sobre un cementerio y que se extiende por las adyacencias.& ;
Los enterramientos de adultos e infantes en el cementerio del Boulevard de Quíbor merecen especial atención. La mayoría de esos restos se encontraban envueltos (amortajados) en cestos o fardos funerarios. Son tan impresionantes que se trataba de varias cubiertas, empezando por telas más rústicas y el envoltorio terminaba entre aquellos trozos de telas decoradas con imágenes alusivas a los animales o figuras humanas.
El recorrido de la antropóloga Vásquez traslada a esos espacios que fueron aldeas de indígenas y referenciales en Jiménez. Recuerda los montículos cercanos al sector Guadalupe, al norte de Quíbor. También resalta las cárcavas, adyacentes al cuerpo de bomberos y que bordean la avenida Rotaria, que en sus entrañas conserva un horno que ha resistido la inclemencia del tiempo.
Gozaban de la variedad de la cerámica, esa de estilo andino con superficies pulidas y conceptos geométricos. Resaltaban los utensilios y elementos realizados de conchas de caracol o ámbar, que muchas veces servían de protección corporal. Sin ignorar la complejidad del entorno social de dicho grupo, cuya cultura pudo estar familiarizada en el piedemonte y la cordillera andina, así como la costa occidental central.
«Es una riqueza incalculable», señala Vásquez de esos sitios más remotos en el piedemonte y se refiere al sector El Molino, vía a Sanare. Se detiene un poco para describir un sistema de canalización que se mantiene erigido, cuyas terrazas agrícolas eran surtidas por esta agua que terminaba en el aljibe. Un recordatorio de cómo almacenaban el agua en esos reservorios de piedra.
Es todo un ambiente cubierto de intrigas por conocer más detalles de la cultura ancestral que reposa en minuciosas investigaciones y convoca a especialistas.& ;
El interés siempre está desde el museo antropológico, buscando esas respuestas de una memoria que esconde el suelo de Jiménez.