Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- El paso acelerado se detiene aunque sea por un breve momento, otros se estremecen sintiendo las energías de alguna pieza bailable y hasta los niñ;os obligan a sus padres a una breve parada. Es el paréntesis que marcan los músicos conocidos como «los violines del centro», ubicados en la avenida 20 de Barquisimeto y que se complacen al ofrendar sus melodías, pese a la poca colaboración que puedan recibir al día.
Se identifican como «Renacer de Río Claro» y una permanencia por más de 30 añ;os, los convierte en personajes referenciales de la capital musical de Venezuela y que se percibe en ese sentido de pertenencia, al instalarse entre las calles 25 y 26 de esta principal arteria vial. Son miembros de varias agrupaciones y algunos oriundos de otros municipios, pero siempre se alternan para evitar abandonar este espacio que asumieron como suyo. Un espacio que recalca nuestro folclore, esa música de cuerda que suele alternarse entre valses, merengues, pasajes y otros que terminan invitando a cualquier transeúnte como solista y el atrevimiento para bailar en los adoquines.
Las cornetas de carros y motos pueden conspirar con los silbatos de policías cuidando el tránsito vehicular, altavoces de las tiendas con sus promociones y hasta los gritos de vendedores ambulantes.
Agradecen que no padecen de enfermedades crónicas y pese a las limitaciones económicas mantienen abierto el estuche del violín de fondo rojo, donde apenas lanzan billetes de baja denominación y ni siquiera puedan llegar a reunir lo equivalente a $5. Colaboración que destinan para tomarse un café o un combo a buen precio para almorzar.
Explica que el grupo «Renacer de Río Claro» está conformado por 5 integrantes y pocas veces pueden estar todos por las dificultades de traslado. «Nosotros lo hacemos porque nos gusta la música y no vivimos de ella», precisa que trabaja la agricultura, sembrando maíz, caraotas, entre otros que complementa con sus 27 añ;os como personal del Ministerio de Educación, en seguridad.
Las cuerdas tienen el protagonismo y de acuerdo al repertorio se permiten incluir maracas o acordeón. El centro de la ciudad representa para ellos casi la totalidad de los añ;os como agrupación, que se aproxima a 40 añ;os, fundado por Francisco Rodríguez.
Se adaptan a todo tipo de ritmos, tanto que dedicó un val inédito al equipo de La Prensa. Sonríe, diciendo que ni siquiera le tenía un título. La larga experiencia les permite trascender de lo nacionalista y desarrollar esas historias desde algún vallenato, guaracha, entre otros.
El carisma y simpatía distingue a estos músicos, quienes son extrañ;ados por las amistades que han cultivado en este espacio. Siempre de trato familiar, tal como en sus inicios en la avenida 20 con calle 30 y donde libraron tantas discusiones con funcionarios policiales, quienes intentaban sacarlos de allí. De allí que estuvieron obligados a solicitar un permiso por la Alcaldía de Iribarren sin temor de desalojos. Nunca han molestado y siempre son defendidos en esa fraternidad consagrada desde la música.
Antonio Angulo fue agricultor en su campo de Sanare, luego de 40 añ;os como gandolero y confiesa que actualmente sólo prefiere tocar para divertirse y pasar ameno esos añ;os de vida que le queden. «Me gusta la música y trato de venir muy seguido», exclama mientras ejecuta el cuatro, pero también aprendió del violín y guitarra.
Aprendió que a quienes no les gusta la música pasan de largo y aquellos sensibles, se detienen y hasta se incorporan con las maracas.
También complacen a quienes deseen cantar y los acompañ;an. Se complace cuando le piden prestado el cuatro y empiezan a cantar.
La agrupación está consciente que no vive de la música, pero se disfrutan ese día tan sabroso entre melodías. A quienes les critican y consideran que pierden el tiempo, simplemente les responden: «¡;Bueno mijo, aprenda y verá, que al tocar un violín o cualquier instrumento, quedará encantado!».