Daimar Díaz | LA PRENSA DE LARA.- En la casa de la familia Arias Leal hay una líder que con su silla de ruedas anda de arriba abajo cocinando, lavando platos e intentando hacer lo que pueda. Sandra viste de gorra, zarcillos, una bata hogareña y con fuerza se mueve de un lado a otro. Sus pies deformados por la anomalía llamada «pie equino» la frenan muy poco, quizás no tanto como la pobreza en la que vive ella con sus tres hijas; dos que también sufren de este padecimiento y una que se encarga de cuidarlas.
Las Arias Leal forman parte de un grupo de, al menos, 15 familias en La Batalla, al oeste de Barquisimeto, que están integradas por personas discapacitadas y que la crisis económica del país aunado a las restricciones de la pandemia les ha mostrado la cara más cruel de la vida.
«Mi mayor deseo es tener una cama digna y una silla de ruedas funcional para mis hijas, porque la que tenemos están viejas. No tenemos dinero para cambiarlas, ni contamos con ayuda económica de nadie. Tampoco podemos trabajar». Con mucho lamento Sandra esboza su necesidad más prioritaria que va dirigida en hacerle la vida más digna y de calidad a sus dos hijas Maribel y María Alejandra, pero su vivienda muestra los vestigios de un país sumergido en corrupción y crisis económica donde las oportunidades para llevar sus padecimientos no sean tan miserables como ahora.
Dos cuartos, un baño y un patio con más tierra que áreas verdes comprende el hogar de Sandra y su gente. Cada pared y rincón muestra la crisis. Las sillas de ruedas de Sandra y sus muchachas, con su óxido, remiendos y arreglos improvisados también dejan ver el terrible pasar del tiempo.
Tres colchones desgastados es el único objeto para descansar. En uno de ellos duerme Sandra con su hija María Alejandra; Maribel además del pie equino sufre de trastorno mental en una cama clínica es condiciones deplorables; y Luisana duerme en otra cama y es la encargada de hacer las mayores responsabilidades del hogar.
Todas la integrantes de la familia piden una ayuda y no precisamente para tratar sus pies equinos, sino para alimentarse. Dependen de una bolsa de comida que cada dos o tres meses les otorga el CLAP de La Batalla. María Alejandra con su silla, apoya un poco cuando va a los mercados a pedir algunos productos a compradores y dueño de locales, pues es la única manera de que no pasen el día sin comer.
«La gente en el mercado me regalan algunos tomates, verduras o huesitos para sopa y los traigo para que todas comamos porque no tenemos para comprar comida», añadió la muchacha.
A dos cuadras de las Arias Leal vive la señora Juana Zambrano junto a su hija Johanna de 32 años. A ellas la crisis también las ha afectado considerablemente sobretodo a la segunda que tiene meningitis y hace unos meses sufrió un Accidente Cerebro Vascular (ACV). Su madre, insistentemente, pide medicinas, pañales y toallas sanitarias para su muchacha que está postrada en una cama en condiciones lamentables.
«No le estoy cumpliendo su tratamiento porque no tengo para pagarlos, mucho menos para comprarle los pañales que tanta falta le hacen porque le coloco trapitos que después de que hace sus necesidades los lavo para volver a usarlos porque a duras penas puedo darle de comer porque ni con una silla de ruedas cuento para poder sacarla a llevar algo de sol» es lo que relata Juana con voz entrecortada cuando posada en la cama intenta levantar a Johana del colchón, pero ella se resiste porque lo que quiere es seguir acostada pegada a la pared.
La preocupación de Juana es no tener un techo propio. Durante muchos años ha vivido de casa en casa y esta vez le cuida la vivienda a un amigo que se fue del país. Su deseo es poder darle a Johana un cuarto donde ella pueda estar a sus anchas y no «arrimada» como se encuentra en la actualidad.
La falta de medicamentos y la alimentación no es solo un pesar de las Zambrano sino también de algunos adultos mayores que viven en La Batalla como es el caso de Roberto Alcalá quien, además de la evidente falla de peso que se le observa depende de medicinas como losartán y asaprol porque su presión arterial y corazón dependen de ellas.
«La pensión no nos alcanza para pagar las pastillas y temo por mi vida» confesó preocupado Roberto.
Sin plata para la medicinas que evita sus convulsiones
En Chorobobo parroquia Santa Rosa vive un pequeño de 12 años de edad que presenta una parálisis cerebral media que lo ha dejado con casi todo su cuerpo paralizado exceptuando su mano izquierda con la cual se impulsa para desplazarse o sentarse en su silla de ruedas.
Entre las necesidades y limitaciones Wisneiber Anderson Ruiz Colmenárez, logró hacer su vida como un niño común y corriente de su edad. Con una sonrisa en su rostro y derrochando simpatía, el pequeño cautiva a quien pase por la zona, sin embargo los duros momentos no se alejan de él, pues a diario presenta repetidos ataques convulsivos.