Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- Les preocupa no tener dinero para comprar un tanque de agua, madrugar a lavar para poder almacenar más y verse obligados a cargar tobos desde casas ajenas es parte del cambio de rutina estresante de los habitantes del municipio Iribarren, pues 80% de ellos sufre deficiencias del servicio de agua. Organizaciones exigen que se respete este derecho fundamental y llama a las comunidades a insistir en buscar respuestas del Gobierno, además de apoyar en las soluciones.
Un panorama que no sólo se evidencia en comunidades de zonas foráneas con tanques que dejaron su azul por lo «tostado» del Sol, sino que en pleno centro de Barquisimeto hay una fila de personas esperando para llenar sus garrafas en una toma de la carrera 22 entre calles 29 y 30. Cargar agua se ha vuelto costumbre y así como se ha creado el hábito de limitar al máximo el consumo para beber, cocinar, para la higiene personal y de la casa.
Mariángela Jiménez, promotora del observatorio ciudadano «Barquisimeto Propone», señ;ala que se mantienen las denuncias desde marzo a noviembre de 2022. Ubican a Iribarren afectado en 80% por problemas de distribución. Las fallas en el servicio las clasifican en 40% por botes de agua blancas, le sigue 35% por colapso de cloacas y finalizan con 25% por ausencia total del servicio, principalmente en las parroquias foráneas como El Cují, Tamaca, Aguedo Felipe Alvarado y Buena Vista.
La parroquia Ana Soto tiene varias comunidades afectadas y desde noviembre de 2021 las fallas se han diseminado por las parroquias céntricas, como Concepción y Catedral.
Esta realidad también es cuestionada por Alcides Pérez, del Movimiento Unidos por el Agua, al identificar que hacia el norte y oeste de la ciudad viven la calamidad por fallas del servicio. Habitantes de Retén Arriba, Tamaca centro, Carorita, El Jayo, Macías Mujica, Ruezga Norte y Ruezga Sur llegan a recibir no más de tres horas a la semana. No les alcanza el presupuesto para gastar $1 por pipa, $6 por un tanque de mil litros y menos por $40 para un cisterna de ocho mil litros.
Llegar al sector 7 de la Ruezga Sur es conseguirse con la necesidad materializada en Ana Asuaje. Es madre de dos hijos y el mayor de 12 añ;os tiene una grave discapacidad motora que lo limita en silla de ruedas. «Tengo que cargar agua de los vecinos para lavarle los pañ;ales de tela«, señ;ala y muestra que sólo cuenta con una pipa, además de 11 envases de refrescos vacíos para almacenar agua. Le ha tocado lavar a las 4:30 am, aprovechando el turno de agua.
La preocupación también se apreciaba en el condominio de una urbanización con tres bloques (cada uno con 20 apartamentos). Lavan el piso y paredes con el «hilito de agua» cuando llega mientras esperan se llene una parte de su tanque subterráneo. «Hay que aprovechar ese hilito», exclamaba Eglé Vásquez, por lo que deben administrar al máximo el consumo del agua.