José Daniel Sequera | LA PRENSA. –¡Alí Primera, La Sábila directo a tres bolos!-, repetía el colector de un ruta chivo en la parada. Andrés Eduardo estaba en la parada de la calle 22 frente al Hospital Central Antonio María Pineda. Eran las 6:30 pm y tenía ganas de llegar a su casa en la urbanización Don Jesús en la vía a Duaca; llevaba una hora esperando autobús y todos pasaban llenos o cobraban pasaje excesivo.
Andrés está sufre los embates de la crisis económica en Venezuela que ha hecho que el sector transporte se haya venido a menos. De acuerdo a cifras ofrecidas por el Sindicato Automotor del estado Lara, hay un 90 por ciento de déficit de unidades, lo que se traduce a unas 520 rutas circulando en tierra crepuscular.
Si bien se consideraba humilde, él nunca pensó montarse en un ruta chivo, y menos con personas que viviesen en La Sábila, conocida barriada del norte de Barquisimeto por ser de las más peligrosas y que hasta hace poco menos de dos meses era el sitio donde vivía “Janiel”, un delincuente que hacía y deshacía a su antojo.
–¿Qué tan malo puede ser?”-, se preguntó Andrés y junto a unas 25 personas se montó en el destartalado camión. En un acto de caballerosidad, el joven dejó que primero se montaran las mujeres con bolsas de comida así como personas de la tercera edad con bastones y sin suficientes fuerzas para subirse al camión.
El único espacio libre para él era el estribo trasero y con eso tuvo que conformarse. Apenas arrancó el vehículo, todo el peso de los ocupantes que iban de pie en la cava se vino hacia Andrés y este estuvo a centímetros de caerse.
-¡Tengan más cuidado por favor, que me voy a caer!-, grito molesto Andrés, recibiendo una respuesta aún más impactante. “Bueno pana si quieres ir cómodo paga un libre”, dijo un sujeto que a simple vista parecía haber salido hace nada de una comisaría policial, pues su aspecto era de un auténtico hampón.
El viaje desde el Hospital hasta la casa de Andrés es relativamente corto. 12 kilómetros separan los dos puntos, que en hora pico y con tráfico normal puede recorrerse en 30 minutos, aunque puede llegar a más de una hora si el flujo de carros es enorme.
Mientras el camión seguía su camino, él no comprendía como los ocupantes del camión iban charlando como si estuviesen en un autobús común. Después del cruce de palabras entre Andrés y el otro desconocido comenzaron a debatir sobre los precios de los pasajes.
–Esta mañana me querían cobrar 5 mil bolos desde Tamaca hasta Cosmos, está locos-, decía una señora a otra. Se supone que la tarifa hacia allá zona norte de Barquisimeto es de 3 mil bolívares, pero las líneas que trabajan hacia allá cobran los que les venga en gana
Ya a mitad de camino, el cielo oscureció por completo y para el colector le pareció que era el momento idóneo para cobrar el pasaje. Mientras el camión intentaba ir a una velocidad media, Andrés que seguía en el estribo sacó con mucho cuidado un fajo de dinero del pantalón y comenzó a contar los billetes.
-¡No aceptamos billetes de 20 bolívares, porque ni para pagar gasolina sirven!- escuchó Andrés que decía el colector mientras se abría espacio entre los pasajeros del camión. A Andrés se le dificultó ese día conseguir dinero en efectivo, que actualmente está escaso o si lo venden, cobran el 100 por ciento del monto que se vaya a comprar.
Aunque con mucha dificultad –contó tres veces los billetes- Andrés logró dar su pasaje justo cuando estaban llegando a la pasarela El Cují. Allí se bajó la mitad de los pasajeros, lo que dio oportunidad de poder encontrar un espacio en el suelo de la cava del camión para sentarse.
Junto a él habían otras 10 personas sentadas: cuatro mujeres y seis hombres; de ellos uno era el que había discutido con Andrés. El miedo de Andrés aumentaba y decidió dirigir la mirada hacia la vía, para observar los carros que pasaban. Al mismo tiempo, el colector iba nombrando las paradas en las que se podían bajar los pasajeros.
Sin que se diese cuenta, el hombre se sienta a un lado de Andrés. Este se asusta al ver que el hombre se acercara sin avisar. Lo que dijo él, lo sorprendió aún más.
-Pana, tú tienes pinta de fresa que nunca se ha montado en un ruta chivo y por eso me voy a disculpar contigo. Entiendo que ahora hasta las personas bien vestidas no tienen otra opción sino que agarrar ruta chivo-, dijo con pena y los ojos gachos.
Andrés le respondió con un “no hay problema amigo” y una sonrisa nerviosa. El hombre le dio la mano y se presentó. Se llamaba Gustavo y vivía en La Sábila desde hacía 20 años, tiempo que tiene ese sector habitado.
La conversación fue bastante amena hasta que llegó el momento para que Andrés Eduardo se bajara de la ruta chivo.
-¡Me quedo en Don Jesús!-, gritó al chofer desde la cava del camión. Antes de bajarse de un salto que levantó mucha tierra, Andrés se despidió animadamente de Gustavo y le deseó buenas noches.
–Mi pana nos vemos mañana en la parada para ver si nos montamos y logramos venirnos sentados. Ya no tengo miedo de los ruta chivo.