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Crisis se acentúa en los sectores La Feria y La Milagrosa de Barquisimeto

Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- Dormir con miedo porque se termine de deslizar la casa, hacinarse en un único cuarto por un techo que parece colador ante la lluvia y ser una adulta mayor con problemas de salud que la condenan a silla de ruedas, además de vivir sola en una pieza es una mínima muestra de lo que viven familias de los sectores La Feria y La Milagrosa, debido a la pobreza extrema que los obliga a sobrevivir en medio de la precariedad y con mucha dificultad para trasladarse al trabajo o planteles educativos.

María Mambel junto a su esposo y tres hijos viven en una modesta casa de láminas oxidadas de zinc a orillas de la quebrada y a pocos metros de la avenida Ribereña. Apunta con su dedo hacia la alcantarilla que permite drenar el cauce por debajo de esa importante arteria vial, preocupada por lo angosto que está quedando al tapiarse de sedimentos. Una amenaza a la hora de una lluvia copiosa que termine por dejarlos incomunicados.

El gallinero está en la pendiente y las seis gallinitas —que les aseguran huevos para el desayuno— pueden terminar en el cauce de la quebrada, además de los racimos de cambures que permiten «complementar» la dieta. El único ingreso es el de su esposo albañil y mientras él trabaja, otro familiar le adelanta en la elaboración de adobes. Comienzan a picar el cerro, buscando mejor estabilidad del suelo movedizo y calmar un poco el calorón del zinc con otra pieza de adobe.

A pocos metros está la casita de Edith Mejías, una silla de ruedas deteriorada anticipa que sufre una discapacidad, pero la mayor sorpresa es saber que vive sola y dependiendo de la colaboración de una sobrina, así como de la caridad de sus hermanos cristianos. «¡En victoria con Cristo!», responde al «¿Cómo está?» y lo hace con una energía, esa que deja atrás en su humilde rancho de zinc, de paredes y techos full de agujeros. Apenas le han podido tapar los que mojarían su cama, una improvisada de madera y con un colchón con más resortes sueltos que relleno.

A sus 67 años, señala que sufre de un prolapso uterino, cuyo peso le impide mantenerse en pie. Por eso su hornilla eléctrica está bien bajita, en el piso puesta sobre dos adobes y la batea también a su medida para poder lavar la ropa. No tiene ni una letrina, por lo que hace sus necesidades en bolsas o envases que lanza al vacío. «A esos 4 cambures verdes le echo sal y los paso con agua», señala de su almuerzo porque las dos harinas trata de rendirlas con mantequilla y suero. Necesita ser operada.

 

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Redacción La Prensa de Lara

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