viernes, 22 noviembre 2024
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Chamos se cuelan para poder comer

William Croes | LA PRENSA.- El hambre ha acercado a José Pérez a las casas de atención de adultos mayores. A pesar de tener 35 años, y le falten 25 para ser de la tercera edad, no tener qué comer ha hecho que religiosamente tres días por semana haga la cola en busca de una sopa que le sirva a veces de único sustento.

Cada vez es más frecuente la presencia de jóvenes y adultos en edades productivas en los centros de atención de los abuelitos. La gente llega temprano a la cola y se cuelan entre los abuelitos que esperan impacientes que la casa abrigo de la Asociación Civil Sócrates abra las puertas del comedor para almorzar.

“Al principio venían sólo adultos mayores, atendíamos un promedio de 120 personas. Pero ahora vienen más de 200 a comer su plato de sopa y de cada 10 personas cuatro son jóvenes que manifiestan no tener qué comer”, expresa Zuleyma Rojas, una colaboradora que tiene dos años participando en la elaboración de las dos ollas mondongueras con sopa de res o de pollo.

Pérez tiene trabajo. Se desempeña como obrero en Emica, una institución de la Alcaldía de Iribarren. El hombre gana 7 mil bolívares quincenales. Los gasta todo en comida para cuatro o cinco días. Cuando la nevera queda pelada va junto a su esposa y su madre al lugar para tomar su sopa.

“Yo hago esto por necesidad. No me gusta abusar, por eso es que a veces entro yo, o si no mi esposa o mi mamá, pero agarramos un solo plato para los tres porque sé que hay más personas que también tienen hambre”, explica Pérez, quien en su mano tiene una taza pequeña en la que almacenará la mitad de la porción para repartirla entre su esposa y madre.

Basta con quedarse un rato en la cola para escuchar historias de hambre, de gente que abandona sus puestos de trabajo por una hora para tomar un plato de sopa en el centro de atención que en un principio fue para adultos mayores. Entre esos está Jesús Vergara, un funcionario de Polilara que se bandea con la porción solidaria de la sopa.

“Gano menos de salario mínimo y no me alcanza para comer”, es la respuesta que da Vergara, quien ya es conocido en el centro de atención. Muchas veces la pide para llevar, se la vierten en una vianda y la comparte con sus familiares. Una de las cosas positivas que ha hecho esta crisis alimentaria es que ha aflorado la solidaridad entre familias.

El hambre y el desabastecimiento de comida tiene saturados a los centros de alimentación que no se dan abasto para llenar las barrigas de los larenses.

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