William Croes | LA PRENSA.- Jéssica Guanipa madruga y amanece todos los jueves en una cola. La mujer tiene más de seis meses sin saber lo que es despertar en su cama el día que le toca comprar los productos regulados. El día de turno reta la suerte, porque hace inmensas colas y muchas veces llega de noche a su casa derrotada y con apenas una harina debajo del brazo.
Guanipa vive en El Tostao, una zona popular de la ciudad. Sin embargo, esto no ha sido garantía para recibir la bolsa de comida que reparten los Comités Locales de Abastecimiento y Producción.
Se siente engañada, porque le dicen a cada rato que va a llegar la bolsa, pero no se puede morir de hambre a esperar que llegue y es por eso que todos los jueves deambula de cola en cola en comercios para buscar al menos una harina y una pasta.
“Es frustrante durar más de seis horas en una cola y comprar una harina de maíz y una salsa de tomate”, expresa G anipa, quien le ha tocado padecer el sinsabor del desabastecimiento a gran escala, porque no dispone de cuatro mil bolívares diarios para comprar los productos con sobreprecio como los venden en las bodegas.
En los supermercados se encuentra menos cantidad de productos regulados que hace seis meses atrás. Desde que comenzaron los CLAP el 70% de la producción de las empresas se queda con el Gobierno, mientras que apenas el 30% es distribuido a los comercios privados.
Las personas de clase media que aún no son atendidas por los CLAP se ven obligadas a hacer las colas en los supermercados si quieren comprar productos a precio regulado. Sienten mucha incertidumbre cuando están en las filas porque no saben si los pocos artículos alcanzarán porque son tan pocos que se acaban antes del mediodía.