Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- El hogar es como una especie de laboratorio, de acuerdo a la crianza y modelos de los padres, tendremos hijos responsables de sus actos y dispuestos a la sana convivencia. Los padres tienen mucha responsabilidad en la disyuntiva entre los deberes y derechos, muchas veces solamente inclinada hacia los beneficios e ignorando la cuota de responsabilidad que puede empezar con el sencillo cumplimiento de acomodar el cama u ordenar el cuarto.
Los chamos defienden sus derechos y si tuvieron la conchupancia de unos padres permisivos, será difícil retomar el carril. Un escenario recordado por María Auxiliadora Campos, doctora en psicología que advierte sobre las amenazas que siente el hijo al salir de su zona de confort. Una etapa que puede complicarse durante la adolescencia con los cambios de personalidad y tener claro el respeto a la autoridad del hogar. Un aposento que debe tener las normas bien definidas y evitar futuros problemas.
El imponer la disciplina puede pender al ceder en todo momento para ganarse la confianza del menor y hasta intentar colarse como un amigo. El otro extremo es la violencia que puede agudizar el problema de rebeldía o propiciar el temor. Es cuestión de emplear palabras afirmativas y que despierten el interés en mejorar, tales como: «Yo sé que puedes dar más», «Eres inteligente, es cuestión de prestar más atención», entre otras que dejan ese tono de confianza y compromiso para seguir quedando bien ante los padres y consigo mismo.
Sin intransigencia
El ambiente no puede ser de un cuartel, sino de normas y opciones, con la posibilidad de decidir incluso hasta en niños que desean vestirse de determinada manera. El padre sugiere varias opciones y cuando él selecciona, queda claro la autoridad y el complemento con su gusto. También se reiteran los hábitos con determinados horarios y así tener rutinas que el chico pueda cumplir, sin necesidad del reiterativo recordatorio.
«No sé exige un deber, si no ha sido inculcado», recalca de esas normas que deben estar claras en casa y hasta involucrar como un trabajo en equipo. Todos estarán manos a la obra y así evitar los reclamos entre hermanos, para justificar el incumplimiento de las obligaciones. Puede ser hasta divertido, al estilo del juego de la botellita que gira como la ruleta e indica las tareas. Así se alternan y se deja al azar, siempre con el principio: Aquí trabajamos todos.
Las quejas deben eliminarse al ser lo más imparcial. Nadie es preferencial y cada responsabilidad es individual, aún incluyendo esa comunión en colectivo. La autoridad no se limita a ordenar, sino también a valorar cada esfuerzo, hasta premiando con frases de admiración o con cualquier detallido. Una salida viable puede ser algún paseo en familia y así enlazar más vínculos a través del esparcimiento o recreación.
La disciplina debe ser cerrada y más aún, con los castigos que no se pueden levantar antes del tiempo previsto. Se pierde la credibilidad y la fuerza de la sanción no propiciará un cambio para mejor. Se cumplen las pautas ofrecidas y se acompaña en ese proceso de crecimiento, siempre con la insistencia de resolver al momento y asumir la responsabilidad de sus actos.
Los derechos estarán bien claros, cuando el hijo cumpla los deberes, empezando desde la colaboración con las tareas en casa. Los padres deben evitar las etiquetas, muy comunes: «Este muchacho es flojo», «¿Acaso eres bruto?», entre otras que solo dañan la personalidad del hijo.