LA PRENSA DE LARA.- DANIEL Canónico era un personaje especial. Destilaba béisbol por sus poros. Era de fino hablar, de pausados modos. Uno le encendía la mecha al no más citar el año 1941 y él procedía a imprimir el libro propio de su historia, alborotaba recuerdos. Se gozaba repetir cada detalle de aquel 22 de octubre, mes que enriquece con tinta indeleble el anecdotario del país por la gran conquista de entonces, el Mundial de Béisbol Aficionado. Siempre las primeras veces son inolvidables e inigualables. Así es todo en la vida. El tirador de enredados envíos, con el veneno de la maña y la mezcla irrepetible, citaba con el sano engreimiento de la majestad su partido inicial ante Puerto Rico. Victoria, 12-1, en apenas cinco innings. Aquel 27 de septiembre todo fue coser y cantar. Los nueve jugadores, y hasta el propio tirador de auténticas serpentinas, anotaron al menos una rayita. Eso fue dos días antes de aplastar también a El Salvador, 8-2, entregándole la faena a dos zurdos,& ;Ángel& ;Benjamín Chirinos y Ramón «Dumbo» Fernández. Hubo trío de empujadas a cargo de José Antonio Casanova, shortstop del grupo. En dos horas 15 minutos, Canónico raspó a los mexicanos, mencionados como favoritos para destronar a la tropa de casa. No se llevaban las cuentas de los pitcheos, pensamos, pero el robusto tirador de Guarenas — hijo de Don Benito, músico creador de piezas muy bailadas — fue a nueve entradas para triunfar, 5-2. Chucho Ramos, cuatro años más tarde nuestro segundo grandeliga, despedazó los despachos rivales, de 5-4… MIENTRAS los Estados Unidos entraban en la guerra mundial, tras la invasión japonesa a Pearl Harbor, de este lado del planeta una pequeña nación asomada al Caribe les propinaba una atronadora paliza, 12-1. Allí no había cañones, ni bombardeos. Solo idioma figurado con esas palabras. Ante Panamá otra vez estuvo imponente el mirandino de la parsimonia, las curvas de entonces y la rápida bien colocada. No se hablaba de sliders o rectas de dos o cuatro costuras. Menos de relevistas intermedios o tiradores situacionales. Canónico no dejaba para eso. Nueve episodios ante Panamá, que solo anotó dos en el cierre y pegó apenas cuatro imparables. Luego, empate y victoria ante Nicaragua, traspiés ante Dominicana (10-4) y el escenario de La Tropical preparado para dos encuentros que paralizaron al país. Tocaba el careo contra el imbatido elenco local.
& ; & ;EL «Chino» inflaba más su redonda cara al hablar de aquellos episodios del 41. Cualquiera se emocionaba con su relato minucioso, envío tras envío si era necesario. Recitaba la alineación si era menester. José Pérez (1b), Luis Romero (3b), Héctor Benítez (Cf), Chucho Ramos (Lf), José Casanova (SS), Julio Bracho (Rf), Dalmiro Finol (2b) y Enrique Fonseca (C). Derrotamos a Cuba, 4-1, el 17 de octubre y la isla entró en crisis. Se promovió el desempate para el día siguiente, pero Abelardo Raidi, joven delegado — figura egregia del periodismo posterior — encabezó la negativa, la diplomacia activa que prolongaría las angustias y el chance. Canónico, como era de suponer, tiró los nueve tramos y necesitaba descanso. Fulgencio Batista, hombre fuerte de la isla, prometió un barco de guerra para el regreso de los tricolores porque su honor — junto al de todos los prepotentes dirigentes y aficionados del gran trozo antillano — estaba herido. No querían empate en la tabla de posiciones. Buscaban jugar de una vez. Hasta entonces no habíamos ganado nada en ninguna competencia relevante. En esos cinco interminables días toda la pasión se desbordó y cada quien era un experto en las lides beisboleras. Conrado Marrero, el orgullo cubano, lanzador anunciado por los anfitriones, era tan mencionado como el mismo Canónico. Se le temía y respetaba. Esa Caracas que aún conservaba la belleza de sus techos rojos, quedó desierta aquella tarde del veintidós… MARRERO entró flojo y lo aprovecharon. Boletos a Pérez y Benítez, hit de Ramos, error y un doblete de Casanova. Tres marcas en un abrir y cerrar de ojos. Ajá, pero ahora había que sudar gordo ante una escuadra tan temida, imperturbable. El famoso tirador de casa cerró las veredas y apenas dos cohetes aceptó en el resto de su trabajo, complementado por Natilla Jiménez. En cambio, Canónico tuvo gente en bases en todos los innings pero salía de ellos con su paciencia infinita. Le sonaron siete incogibles y dio dos boletos. En el noveno le tendieron la celada y aceptó la única carrera. Nadie en el bullpen. Se trepaba a la gloria o se moría con él en tal intento. Ni siquiera el triple que conectó lo sacó de ritmo. Cuando se forzó en segunda el out de cierre un entusiasmo sin precedentes recorrió nuestra geografía. Final 3-1. Daniel Canónico bajaba la cabeza, pasaba del susurro a la exaltación, levantaba orgulloso su diestra con un trago en mano y en cada encuentro con este periodista discurría sin altivez sobre aquellos nueve innings. A uno le parecía, de su voz, que alguna vez le fabricarían un racimo de carreras en alguno de esos recuentos, tal era su forma de reactivar la hazaña. Vaya, había ganado cinco partidos sin requerir ayuda. 41 entradas ungidas por la providencia. Campeones mundiales del 41, hazaña para siempre recordada.
& ; & ;¿Habrase visto algo mejor?