EFE | LA PRENSA DE LARA.- La estilista Grisel Garcés sobrevivió a una terrible travesía de cuatro meses desde su natal Venezuela: cruzó selvas tropicales, estuvo en centros de detención de migrantes en el sur de México y viajó de polizón en vagones para llegar a la frontera con Estados Unidos.
Ahora, en la parte mexicana del Río Bravo (llamado Río Grande en Estados Unidos), frente a la ciudad de El Paso, Texas, Garcés aguarda con ansias una decisión de la Corte Suprema estadounidense relacionada con las restricciones al asilo que previsiblemente la afectará al igual que a miles de migrantes más en los cruces fronterizos a lo largo de los 3.100 kilómetros (1.900 millas) de frontera de Texas a California. Mientras tanto, caen las temperaturas invernales en buena parte de Estados Unidos y al otro lado de la frontera.
Ella habló de cómo huyó de las penurias económicas solo para encontrarse con nuevas penurias, como las de sufrir las temperaturas más frías que haya conocido en su vida.
«El Darién fue muy fuerte. El tren fue peor. Aquí se pone peor la situación… Y uno se entrega a Dios», dijo Garcés, quien dejó atrás a una hija en edad escolar con la esperanza de llegar con su esposo a Estados Unidos.
Su dinero se les ha terminado y a veces no tienen suficiente alimento durante días. El jueves, Garcés estaba a la espera y veía a cientos de migrantes formados que cruzaban gradualmente por un acceso en la valla fronteriza para ser procesados por funcionarios de inmigración estadounidenses. Ella teme que la deporten de inmediato en conformidad con las actuales restricciones al asilo y no se atreve a cruzar las aguas bajas del río Bravo.
Docenas de migrantes pasan las noches en la rivera de concreto del río a la espera de algún aviso sobre un posible cambio a las restricciones al asilo impuestas en marzo de 2020. En El Paso, algunos migrantes han convertido las aceras en lugares de hospedaje afuera de una estación de autobuses al igual que en una iglesia ante la imposibilidad de encontrar espacio de inmediato en una red de albergues cada vez mayor que cuenta con apoyo de la ciudad y grupos religiosos.
En Ciudad Juárez, un grupo de migrantes venezolanos trataba de protegerse del frío bajo unas mantas y en torno a una fogata en un callejón de tierra junto a una pared.
«Nosotros somos de la zona (de la) costa (venezolana), mucho sol y el clima nos afecta», dijo Rafael González, de 22 años, oriundo de La Guaira sobre la costa del Caribe. «El albergue de este lado está muy full, por lo menos no nos quieren aceptar, supuestamente está muy full (lleno). Y nos toca estar aquí, haciendo un poco de fogata.»
Dijo que todos esperan ávidamente saber si Estados Unidos levantará las restricciones sobre los migrantes que buscan asilo en la frontera.
Cerca de allí, migrantes venezolanos y centroamericanos trataban de abrigarse en un refugio de tres cuartos sin camas, tendidos hombro con hombro sobre mantas en el piso de hormigón.
El refugio es el resultado de reparaciones graduales a un edificio abandonado. El proyecto es obra del pastor Elías Rodríguez de la Casa Nueva Voz, preocupado por la aparición de una pequeña «ciudad de carpas» junto al río Bravo sin siquiera un grifo de agua.
Rodríguez dijo que afuera había gente encendiendo fogatas porque solo tenía espacio para 135 personas.
La vigencia de la prohibición a solicitar asilo puesta en marcha por el gobierno de Trump, una norma llamada Título 42, fue ampliada brevemente el miércoles por el ministro de la Corte Suprema, John Roberts. Se desconoce cuándo el máximo tribunal emitirá una decisión definitiva y el gobierno de Biden le solicitó que cancele las restricciones, pero no antes de Navidad.
En conformidad con el Título 42, las autoridades han expulsado a solicitantes de asilo dentro de Estados Unidos 2,5 millones de veces, y han rechazado a la mayoría de las personas que lo han pedido en la frontera a fin de —como aseguran— impedir la propagación del COVID-19.
El Título 42 se aplica a todas las nacionalidades, pero ha afectado principalmente a personas procedentes de México, Guatemala, Honduras, El Salvador y en fecha más reciente Venezuela.
Los defensores de la inmigración han demandado que se cancele el Título 42. Aseguran que la política contraviene las obligaciones internas e internacionales frente a las personas que huyen de la persecución y ya se volvió obsoleta con la mejora de los tratamientos contra el coronavirus.
Los estados de tendencia conservadora presentaron su apelación ante la Corte Suprema, a la que advirtieron que un aumento de la inmigración tendría repercusiones negativas en los servicios públicos y causaría una «calamidad sin precedentes» además de sus temores de que el gobierno federal carezca de un plan para enfrentarla.
En El Paso, miembros de la Guardia Nacional de Texas han tomado posiciones a instancias del estado, mientras voluntarios y agentes han manifestado preocupación ante la posibilidad de que algunos migrantes sucumban debido al frío.
Las temperaturas en la noche han descendido debajo de los 3,8 grados centígrados (30 F) y hará más frío en los próximos días.
En otra parte, centenares de migrantes improvisaron un campamento en el que hicieron tiendas de campaña con bolsas de plástico negras en un parque en la ciudad mexicana de Matamoros, próxima a Brownsville, Texas.
Aún tiritando de frío tras su reciente expulsión de Estados Unidos, un expolicía de la armada venezolana, Carlos Hernández, narró como él, su esposa y su hija de tres años habían cruzado las aguas heladas del río, pero fueron regresados a territorio mexicano cuando llegaron a la otra orilla.
Hernández dijo que había tenido un problema con sus superiores en Venezuela por rehusarse a actuar contra opositores al gobierno al interior de la armada. Dijo que espera cruzar de nuevo para llegar a Canadá.
Dijo que el río estaba muy frío cuando lo cruzó con su familia.
En la ciudad mexicana de Tijuana, frente a San Diego, unos 5.000 migrantes permanecían en más de 30 albergues, mientras otros han podido alquilar habitaciones y apartamentos. Nadie se anima a cruzar de manera ilegal escalando el intimidante muro fronterizo que alcanza 9 metros (30 pies) de altura cuya parte superior tiene concertina de navajas en la zona.
El hondureño Edwin López dijo que arribó hace tres semanas a Ciudad Juárez desde Tegucigalpa con su esposa y tres hijos, de 4, 9 y 13 años. Una vez lograron entrar a Estados Unidos para solicitar asilo, pero los expulsaron, relató.
El jueves, al caer las temperaturas, armaron una cama con mantas sobre el piso de un refugio.
«Nos sentimos bien, estamos cómodos. Realmente no de repente como nosotros quisiéramos que fuera en nuestra casa, en nuestro hogar, pero qué más puedo pedir», dijo López. «Yo creo esto es mejor que estar allí afuera, aguantando frío, exponiéndonos de repente a robos, maltratos».
Fuente: EFE