viernes, 22 noviembre 2024
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Muere por COVID la «Hna. Rosario» de las Misioneras de la Caridad

Agencias | LA PRENSA DE LARA.- La mañana de este viernes falleció la Hermana María Rosario de las Misioneras de la Caridad, mejor conocida como «Hna. Rosario», una de las hermanas que, junto a Santa Teresa de Calcuta, fundó la primera Casa de la Caridad fuera de La India, establecida en Cocorote, edo. Yaracuy, así lo informó la

Con 88 años de edad, la Hna. Rosario falleció a consecuencia de Covid-19, luego de una vida de entrega plena a su compromiso de compartir la misericordia de Dios con los hermanos más desfavorecidos, velando por los enfermos, los pobres y los sufrientes. Permaneció en Venezuela por más de 50 años, como representante de la congregación en la Casa de la Caridad en Cocorote, la primera casa de las Misioneras de la Caridad fundada fuera de La India. Es la primera religiosa fallecida por covid-19 en la Diócesis de San Felipe.

Durante su vida en el país, la Hna. Rosario cumplió con devoción la vocación a la que fue llamada: asistir a todo aquél que necesitara encontrar la ternura de Dios, a través de las obras de misericordia corporal y espiritual. Quienes conocieron a la Hna. Rosario, dan fe de la dulzura que emanaba en su trato con el prójimo, su amor por el servicio y su dedicación a la oración constante.

Vida y obra de la Hna. Rosario

La Hna. María Rosario nació el 06 de enero de 1933 con el nombre de Silvia Toppo, en una pequeña de aldea de agricultores en cerca de Chainpur, al oeste de Gumla, capital del distrito del estado de Jharkhand, capital Ranchi, en La India. Hija de Emil Toppo y María Tirkey, Silvia era la última de seis hermanas, Julia, Josefina, Serafina, Lucía y Savina.

La familia Toppo Tirkey, era de creyentes paganos politeístas. Al llegar a la región el Pbro. Livan, misionero Jesuita que predicaba con el ideal de San Ignacio de Loyola, fue uniendo a Cristo a los pobladores, bautizándolos en la fe católica en el río ubicado en dicha zona. Aquellos residentes tenían como costumbre tatuar a las niñas en la frente con una marca indeleble a la que denominan Bindi o tercer ojo, suerte a la que no fue exenta de escaparla pequeña Silvia, signo tradicional familiar que lleva sobre su frente desde los tres años de edad, aun cuando fue bautizada en la fe cristiana católica.

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