Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- La niña de tres años llora por tetero, pero a falta de leche y cereal, la madre opta por llenárselo con agua y un poco de azúcar, sólo para tranquilizarla con la sensación que está tomando maizina o crema de arroz. Sus otros 4 hermanos, detestan la hora de la cena, porque casi nunca la tienen y se acuestan más temprano, para olvidarse de la comida. El hambre pega y se prolonga en esas noches de largos ayunos, para al día siguiente esperar a juntar el desayuno con el almuerzo. El estómago no perdona y el estruendo de vísceras confluye con los gases gástricos.
Ese drama lo vive una familia en El Cují, al norte de Barquisimeto, pero se trata de una realidad más común de lo que se dice. La preocupación tiñe a la Sociedad Venezolana de Pediatría, cuyo director Huniades Urbina detalla que el 20% de los niños menores de 6 meses en el país están desnutridos, una cifra escandalosa ante los parámetros establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) que califica como situación de alarma cuando un país tiene el 10% de la población infantil con desnutrición.
Pero las cifras rojas no se detienen. Urbina recuerda que el plan de las Naciones Unidas exige proteger a los niños durante los primeros mil días de vida, un lapso que llega hasta los 3 años de edad, sin embargo revela que el 36% de los niños menores de 5 años sufre déficit alimentario y lo más grave, es que de 12 a 15% son casos severos.
Comen, pero para apaciguar el hambre y así lo demuestra esa curva en ascenso con el 49% de desnutrición en aquellos que no llegan a 2 años. «No consumen proteínas ni nutrientes. Eso es una factura a largo plazo», advierte Urbina, de una cadena de problemas que empiezan desde la concepción, con el 20% de embarazos de madres adolescentes, que aún siguen siendo niñas desnutridas con un cuerpo en desarrollo y sin el debido control prenatal, que amerita de vitaminas, hierro y ácido fólico como los más comunes durante la gestación. «Son tantos factores de inestabilidad, desde vivir del timbo al tambo, además de la limitaciones económicas», cita el experto.
El temor se expande y trasciende más allá de una población pequeña y delgada, al punto de un patrón que llega a perder entre 8 y 10 centímetros de acuerdo a la edad. Pero lo más delicado es comprometer el desarrollo infantil, ese que trasciende de las implicaciones de la talla y peso, la debilidad con cuadros de anemia y hasta dificultades de aprendizaje, por las mínimas condiciones cerebrales. «Esto no es un tema por las sanciones internacionales, porque antes los niños asistían a las escuelas para asegurar sus alimentos en el comedor», denuncia en tono de rabia, ante esa necesidad de la dieta balanceada, que no debería exigir suplementos alimenticios, si se cumplieran las 3 raciones y 2 meriendas diarias.
Huella profunda
La desnutrición infantil deja cifras desgarradoras cuando a mediados de 2020, Cáritas de Venezuela advertía del 73% de desnutrición en niños menores de 5 años durante la pandemia. Una data alarmante que no termina de salpicar con el 20% de riesgo de llegar a casos agudos.
Dicho informe señala las consecuencias del 51% de mujeres embarazadas con fallas nutricionales y sin el debido seguimiento del control mensual pre natal. También aqueja el cambio del estilo de vida, entre la precariedad del 83% de hogares sin el servicio continuo del agua, sigue el 57% que se privan de alimentos.
Todo ante el deterioro del 46% de familias con limitaciones y 27% que pueden caer en la mendicidad impulsadas por la crisis. Con una realidad que hasta les cuesta para resolver con un tetero y la canasta alimentaria sigue siendo más inalcanzable, cuando en diciembre de 2020 se ubicó en Bs. 323.523.329 ($294,11), un aumento del 30,8% respecto al mes anterior y que para adquirirla, según el Cendas se necesitan 269,60 salarios (estimado en Bs. 1.200.000).
Tal escenario es recalcado por el padre Omar Gutiérrez, desde Cáritas en Lara, con la insistencia en los programas sociales con los 350 platos de comida en las parroquias.
«A las familias les cuesta para comer porque la inflación no permite ni hacer mercado», señala que las contadas raciones solo aseguran pasta, arroz y muchas veces las arepas, pero con la desesperación por conseguir el relleno.
«Comemos solo con la lengua y a veces con mantequilla», repite las expresiones entre risas de algunos niños, quienes por lo general no tienen con qué acompañar la arepa. Lo que ignoran es el daño a su desarrollo y a sus capacidades cognitivas.
Esa rutina diaria en las comunidades es vivida desde Cáritas a través de las parroquias, tal como lo resalta Gutiérrez al señalar que no se cumplen las raciones completas y en su mayoría están constituidas por carbohidratos. Se queja porque las familias no se están alimentando en cantidad y mucho menos, con los nutrientes necesarios. Un descontrol que termina de complicarse en los repetitivos cuadros virales, con afección estomacal, tanto por indigestión o por las fallas en el agua potable.
Describe escenarios con niños que, muchas veces, se aprecian gordos, pero en realidad están inflamados y hasta con el abdomen abultado por padecer algún cuadro estomacal. «No tienen tantas opciones y apremia la necesidad de saciar el hambre. De allí, cualquier opción para llenar el estómago», refiere y del sacrificio de algunos padres que -literalmente- se quitan el bocado de la boca, para dárselo a los hijos.
Una base que condena a una generación enferma, que no tuvo la alimentación correcta ni durante el embarazo y mucho menos en sus primeros 5 años de vida. Lapso en el que se define su talla, peso, desarrollo y su respuesta cognitiva para su desempeño académico.
Urbina desde la Sociedad de Pediatría, no deja de ser crítico, ante lo delicado del desarrollo de esta generación que se sabe en promedio de 8 y 10 centímetro menor. Una consecuencia de las limitaciones económicas que empiezan por la preocupación para comprar los alimentos.
Las fórmulas maternas no están al alcance de todos los padres, siendo el refuerzo cuando es interrumpida la lactancia materna. Tampoco se tienen las vitaminas que vendrían a complementar la dieta balanceada, que en el mejor de los casos, no amerita suplementos alimenticios.
Todo cuando ya se habían perdido las bondades del Programa de Alimentación Escolar (PAE), que garantizaba raciones en planteles educativos y hasta en aquellos días sin actividad escolar, los padres podían asistir con los envases para retirar los alimentos de sus hijos. Un proyecto que se derrumbó y terminó de clausurar con la suspensión de clases por la pandemia de COVID-19. Reconoció que sin ese apoyo, la comida de las familias de extrema pobreza, estuvo más comprometida.
Existen varios sustitutos
La proteína cárnica se puede incluir luego de los 8 meses y de acuerdo a su estado evolutivo se deben sumar más alimentos. «Los granos con arroz y pasta no son dañinos», aclara el nutricionista Oswaldo Lizarzado y sugiere la variación para no quedarse exclusivamente en la dieta de carbohidratos.
Si a la familia no le alcanza para comprar un kilo de carne, puedes sustituirlo con asadura, mollejas y vísceras. La sardina fresca genera valiosos aportes y no es tan costosa, hasta se le saca provecho al caldo para hacer consomé. También los huevos y suero.
Sin ayunos ni teteros ficticios
Se puede variar con la leche de burra o de cabra, bien procesada y de acuerdo a la edad del niño. «Un tetero de agua de arroz y pasta solo llena a los niños de agua y harina», recalca Lizarzado, de ese error común por generar llenura.
Alerta sobre el grave de daño con los ayunos largos, en esos casos que los niños se acuestan sin cenar y desayunan casi a final de la mañana, para ahorrarse el almuerzo. «Lo grave es que el organismo se consume su propia energía y cuando no consigue grasa, ni músculos, termina con las reservas deteriorando el desarrollo motor y conexiones neuronales», señala el experto de un niño lento y hasta anémico en su crecimiento.