William Croes | LA PRENSA.- Con la cabeza gacha llegan albañiles y mecánicos a los tarantines y casas de empeño de la ciudad. En sus morrales cargan herramientas que ofrecen a precio de gallina flaca a los comerciantes que compran y venden utensilios de segunda mano. Se desprenden de ellas con mucho pesar. Reciben a cambio unos cuantos billetes, casi siempre menos de lo que ellos esperan o lo que valen, y eso lo gastan en un suspiro comprando alimentos para sus familias.
Wilmer Lizcano es maestro de obra con más de 20 años de experiencia. Los dos últimos años han sido duro para él porque le ha tocado plantarse en las entradas de las obras, muchas de ellas paralizadas, para buscar trabajo y al no tener actividad en un proyecto de envergadura que le brinde estabilidad suficiente, le ha tocado matar tigres eventuales en obras menores que pagan menos.
Lizcano no es comerciante, pero llega a un tarantín cercano a la avenida 42 ofreciendo su taladro y una caladora (máquina para trabajar la madera). Por el par de herramientas que están en buen estado pide 90 mil bolívares. El precio puesto por el obrero le alumbra los ojos a todo el que escucha la oferta, porque con esa cantidad no se compra ninguna de las dos en una ferretería.
“Todos los días hay una ganga distinta, pero todo es parte de la necesidad que hay en el país. Hay que buscar la manera de tener dinero para comprar comida, y esta es una manera honrada, siempre y cuando los objetos no sean robados”, expresa José Vargas, un comerciante de la calle 42 que tiene 26 años comprando utensilios usados.
Vargas explica, que como el caso de Lizcano recibe entre cinco y ocho diarios. No sólo vendiendo taladros, caladoras y esmeriles, sino que también rematando hasta los destornilladores y alicates a mil 500 bolívares, cuando en una ferretería cada pieza cuesta entre 8 y 10 mil bolívares.
A finales del año pasado comenzaron a proliferar los tarantines en los cuales se venden las piezas usadas como alicates, martillos, tuercas o cualquier sobrante de obras.