martes, 26 noviembre 2024
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Lo persiguen hasta matarlo en la quebrada

Jennifer Orozco | La Prensa.- Fue a visitar a su bebé, pero unos pistoleros lo cazaron. Apenas vieron que el hombre estaba so­lo y distraído le llegaron. Gilberto Rafael Maíz Viz­caíno corrió, pero una ba­la lo alcanzó. El cuerpo de este hombre de 39 años quedó en la quebra­da de San Francisco, a la altura del barrio Brisas del Mayorista.

Gilberto llegó a casa de la madre de su pequeño hijo de un mes de nacido el miércoles a las 4:00 de la tarde. El hombre le lle­vaba algunas cosas de co­mer a la señora y artícu­los de aseo personal para su bebé.

Luego de cargar un rato al niño, se comió dos are­pas que le preparó la da­ma y agarró una sábana para acostarse en la parte de atrás del rancho, en un piso de cemento que hay allí.

La mujer al ver que Gil­berto estaba dormido, prendió el televisor lo que hizo que el bebé em­pezara a llorar, así que ella comenzó a darle pe­cho.

Cuando llevaba dos mi­nutos alimentando al pe­queño, la mujer sintió el caminar de unas perso­nas y luego escuchó unas voces de hombres. “¿Qué te pasa a ti, chico, qué quieres?”, preguntó con voz alta Gilberto, quien supuestamente estaba discutiendo con esas per­sonas que ella había per­cibido.

La madre salió corrien­do con el bebé en brazos para pedir ayuda, pues no sabía con quién pelea­ba. En un abrir y cerrar de ojos, la mujer vio al papá de su hijo correr ha­cia la calle y los hombres, con armas en mano, lo perseguían.

Gilberto saltó hacia la quebrada y fue cuando la señora escuchó par de plomazos. Los agresores salieron por la calle y se fueron como si nada y de Gilberto poco supieron. La dama se asomó hacia la quebrada y no vio a Gilberto. Buscó auxilio entre sus vecinos, quie­nes la ayudaron a buscar por los alrededores del barrio, pero no lo encon­traron.

“Yo pensé que había es­capado de los tiros y que estaba en su casa en San Francisco. Él es casado y vive con una señora allá”, declaró la mujer.

Gilberto no apareció en toda la noche y el teléfo­no lo tenía apagado. La madre de su hijo pensó que estaba herido, pero a salvo en su casa o en al­gún centro asistencial, así que se fue a dormir en el rancho de una ami­ga, para no pasar la no­che sola. Ella dejó su telé­fono encendido esperan­do que Gilberto la llamara, pero al amane­cer no tenía pista del hombre.

La mujer volvió a su rancho y se asomó de nuevo. Un aguacero ha­bía caído y el nivel del agua de la quebrada su­bió, arrastrando mucho monte.

La mujer con ayuda de uno de sus vecinos volvió a bajar a la quebrada y al bajar el nivel del agua, vio un cuerpo, justo de­trás de su rancho. Era Gilberto. Al parecer el monte y la basura habían ocultado el cuerpo.

Estaba bocarriba sobre una gran piedra. Tenía una herida de bala en el pecho. Vestía un jean marrón y una chemise blanca y morada. Se le podía ver en los bolsillos su teléfono celular, carte­ra y cigarros.

Se presume que hayan sido enemigos quienes lo fueron a atacar y co­brar venganza.

Gilberto vendía arepas en el Mercado Mayorista y a veces cebollas. Era de Pozuelos, estado Anzoá­tegui, pero dicen que vi­vía aquí desde hace 10 años. Allá dejó tres hijos, además del actual bebé de un mes. Tenía un an­tecedente por droga.

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