José D. Sequera | La Prensa.- Han pasado 365 días y los habitantes de los 240 apartamentos de los bloques 22, 23 y 24 de la urbanización Antonio José de Sucre —“La Sucre”—, mantienen el recuerdo fresco de la acción militar que “sufrieron” la noche del 26 de abril del año pasado, en la que miembros de la “Resistencia” protestaban en contra de lo que consideraban “políticas erradas” del presidente Nicolás Maduro.
Esa “Noche de Terror” dejó, más allá de 26 detenidos y al menos 6 heridos por impactos de distintos proyectiles, una serie de secuelas psicológicas en los niños, jóvenes, adultos y ancianos que allí viven y que no terminan de superar.
“Escucho cualquier sonido extraño y me asomo a la ventana para ver qué fue lo que ocurrió”, comenta Ninoska Orellana, vecina del piso 9 del bloque 23.
Quienes trabajan para alguna oficina del Gobierno nacional, asistir todos los días a su puesto no era tarea fácil. Tamara Gallardo labora en un organismo público que tiene cierta vinculación con la Fuerza Armada Nacional y asevera que “era tanta la rabia” que sentía al ver un uniforme verde, que ameritó 4 meses de reposo por un trauma psicológico que le generaron los conflictos.
“Después de esa noche me diagnosticaron estrés postraumático. Para mí era inaudito trabajar al lado de un militar, porque sentía que en cualquier momento lo podía insultar”, expresa con tono de impotencia.
Tanto Orellana como Gallardo fueron testigos de las 3 semanas previas de protestas diarias que se vivían en “La Sucre” antes del 26-A.
Para quienes vivían allí, se hizo cotidiano que la avenida Libertador y las calles 33 y 37 se mantuviesen cerradas desde temprano y en las tardes había el “frenteo” que terminaba con manifestantes detenidos y heridos de ambos bandos.
Los vecinos cuando recuerdan la “noche infernal” destacan los distintos sonidos que sus oídos podían captar, haciendo que ellos se sintieran como en una película de acción.
Detonaciones de perdigones, balas, fuegos artificiales, gritos y bombas lacrimógenas; botas militares subiendo y bajando escaleras como hormigas; vidrios rotos en cientos de pedazos por proyectiles lanzados hacia las ventanas y madera resquebrajada por puertas tumbadas eran sólo algunos de lo mucho que lograron escuchar.
“En un principio todos estábamos encerrados en nuestros apartamentos y no sabíamos qué era lo que ocurría afuera, por eso sólo nos quedaba escuchar la guerra que había afuera”, recuerda Amanda López desde su apartamento en el piso 5 del bloque 23.
López exclama que si bien el ruido era “atemorizante”, los silencios se transformaban en “agónicos”. “Esos dos o tres minutos en los que no se escuchaba nada le atacaba a uno el miedo que a uno de los muchachos le había ocurrido lo peor”, apunta.
Para el resto de vecinos, también fue agónico escuchar a los casi 40 muchachos que estaban repartidos entre las azoteas de los bloques 22 y 23 amenazando con lanzarse al vacío. “¡Yo no me pienso entregar, prefiero lanzarme!”, era lo que se escuchaba desde arriba bajo la penumbra de aquella noche.
Los residentes se alarmaron y para evitar una tragedia les gritaban “¡No se tiren, estamos con ustedes!”, para demostrarles que ellos “no estaban solos”. La respuesta de los militares fue seguir detonando cohetes contra las ventanas y gritarles “cualquier cantidad de groserías y amenazas”.
La incursión de uniformados entre los nueve pisos de cada bloque es considerada por los habitantes de “La Sucre” como un “asedio”. Yolanda Cárdenas vive en el piso 7 y afirma que los “mandarriazos” contra las puertas eran “fuertes”. “La vecina estaba sola con sus dos hijas y les robaron hasta la ropa”, explica.
Igual de “fuerte” fue el calor que sentían los habitantes de los pisos 8 y 9 de los bloques 22 y 23 en el momento que las azoteas fueron abrazadas por las llamas, pues los apartamentos se convirtieron en “hornos” de los que ellos creían iban a salir carbonizados.
Pero a pesar de que “vivieron una guerra”, no dudan en decir que allí se manifestó el Espíritu Santo. “Cuando en la madrugada todo acabó, creímos que habíamos presenciado un verdadero milagro”, sentencia Cárdenas.