LA PRENSA DE LARA.- En medio de los rigores de situaciones difíciles por las cuales hemos atravesado en los últimos tiempos en Venezuela, donde se evidencian a grandes rasgos que hemos vivido una situación compleja en todas sus dimensiones, incluso afirmar que rasgos de estos se asemejan con un genocidio en su máxima expresión, debido a una parte de la sociedad al querer ser exterminada por la otra parte, por desacuerdos ideológicos, étnicos o solo por parecer de otro bando, y es que cuando se acumulan problemas, y más aún se hacen prolongados ataques o desmejoras económicas, que incluso conllevan a desplazamientos (acá se le llamó diáspora) de personas fuera de nuestras fronteras, partiendo de una campaña comunicacional guerrerista, esto podría parecer desenfrenado el dedicar tiempo y esfuerzo a reflexionar sobre la salud mental partiendo de esas situaciones.
Frente a una «situación límite» como la que hemos vivido en nuestra Patria, cuando la misma viabilidad y supervivencia históricas de un pueblo están en cuestión, resultaría casi un sarcasmo de aristocracia decadente consagrarse a discutir sobre el bienestar psicológico. En el fondo de este bienintencionado escrúpulo, y más aún cuando la salud mental, entendida primero como la ausencia de trastornos psíquicos y después como un buen funcionamiento del organismo humano.
Desde esta perspectiva, la salud mental constituiría una característica individual atribuible en principio a aquellas personas que no muestren alteraciones significativas de su pensar, sentir o actuar en los procesos de adaptarse a su medio, entonces se puede decir hasta acá que sano y normal será el individuo que no se vea aquejado por accesos paralizantes de angustia, que pueda desarrollar su trabajo cotidiano sin alucinar o imaginar conspiraciones, que atienda a las exigencias de su vida familiar sin maltratar a sus hijos o sin someterse a la necesidad del alcohol.
«Así entendida la salud mental, es claro que se trataría de un problema relativamente secundario, y ello en dos sentidos. En primer lugar, porque antes de pensar en la angustia, los delirios o el escapismo convulsivo, cualquier comunidad humana debe pensar en la supervivencia de sus miembros; cuando lo que está en juego es la misma vida, obviamente resulta hasta frívolo hablar sobre la cualidad de esa existencia» (Martin Baro).
Ahora bien luego de este contexto y entendiendo en ciertas medidas las trivialidades atravesadas por nuestro pueblo en todo este tiempo podemos afirmar que estamos ante unas situaciones complejas, con resultados fuera de lo humano, entre estos procesos, es, sin duda, donde hemos detectado efectos más profundos, por lo que tiene de crisis socioeconómica y de catástrofe, humana si no natural, pero también por lo que arrastra de irracional y deshumanizante, una sociedad prejuiciosa, donde las frustraciones están a flor de piel, las provocaciones que conllevan a la agresividad sin control, en donde como seres no estamos pensado de manera racional, donde se está perdiendo la voluntad y capacidad de comunicarse con veracidad y eficacia, con lo que ello implica de libertad, honestidad, flexibilidad, tolerancia y respeto, donde dejamos de sentir sensibilidad ante el sufrimiento y sentido solidario, y por ende donde en espacios con gran significación hemos perdido la esperanza, y para ello debemos hacer énfasis en la negativa rotunda al diálogo de parte de algunos sectores es un síntoma inequívoco de profunda inseguridad y miedo a ver desnuda la sinrazón de sus razones, es por todos estos elementos antes expuestos que debemos repensar la salud mental, desde los derechos humanos y el buen vivir.
Es también resaltante el tema de la violencia, y es que en una sociedad donde se vuelve habitual el uso de la violencia para resolver lo mismo problemas grandes que pequeños, es una sociedad donde las relaciones humanas están atravesadas por traumas muy marcados, la polarización social que no es más que el desquiciamiento de los grupos hacia extremos opuestos, nosotros y ellos, los buenos y los malos, y la mentira ha llegado a impregnar de tal manera nuestra existencia, que terminamos por forjarnos un mundo imaginario, cuya única verdad es precisamente que se trata de un mundo falso, y cuyo único sostén es el temor a la realidad, en este ambiente de mentira, desquiciado por la polarización social y sin un terreno para la sensatez y la racionalidad, la violencia se enseñorea de la vida de tal forma que, llega a pensarse que la violencia es la única solución al problema de la misma violencia, y todos estos resultados debemos sumar los impactos dados desde la pandemia del COVID-19.
Esta pequeña caracterización de fenómenos nos permite reflexionar sobre su impacto en la salud mental de la población, y lo primero que hay que afirmar es que, si la salud mental de un grupo humano debe cifrarse primordialmente en el carácter de sus relaciones sociales, la salud mental del pueblo tiene que encontrarse en un estado deterioro, y ello con independencia de si ese deterioro aflora con claridad en síndromes individuales
Y dejo acá algunas preguntas para ser repensadas: ¿Qué debemos hacer nosotros, profesionales de la salud mental, del buen vivir, de nuestros derechos humanos frente a la situación actual que confronta nuestro pueblo? ¿Cómo empezar a responder a los graves interrogantes que nos plantea la salud mental cuando quizá no hemos podido siquiera ofrecer una respuesta adecuada en tiempos pasados?
Hoy debemos sentipensar…& ;
Con aportes bibliográficos de Martin Baro…& ;
Por: Gilberto Barreto. Psicólogo Social.